Pedro
Jiménez Manzorro exhibe un cartel electoral de los años ochenta, con la
candidatura electoral de Javier Aristu por el PCE sevillano. (Fuente, Facebook)
La presentación en Sevilla del libro póstumo de Javier
Aristu (“Señoritos, viajeros y periodistas. Miradas sobre la Andalucía del
siglo XX”, Comares 2022), que me llegó en vídeo a través de su hijo Carlos
Aristu Ollero, me ha parecido apasionante. Mercedes de Paz, Manuel Pérez Yruela
y Carlos Arenas Posadas cuentan muchas cosas llenas de interés, tanto sobre el
libro como sobre el autor. Comparece al final la familia, y es un momento
emocionante porque se siente la presencia del autor del libro, en un plano retirado
si se quiere, pero determinante.
La charla es tanto más instructiva porque los andaluces se
disponen en estos momentos a votar. A votar seguramente mal, según los
pronósticos aireados.
Hay una cierta fatalidad en el hecho de que la izquierda
solo sea capaz de superar sus querellas internas cuando el fascismo enseña los
dientes; no, de ninguna manera, cuando solo enseña las orejas. La única consigna
con la que los comunistas han conseguido aglutinar un frente amplio democrático,
ha sido el antifascismo. A Hitler solo se le pudo parar históricamente con una política
rigurosa y una economía de guerra respaldadas de forma disciplinada por unas
poblaciones que asumieron sus objetivos colectivos vitales durante un instante,
para después, pasado el peligro, optar por soluciones mucho más dispersas y templadas.
Ahora será un éxito, al parecer, que Vox no tenga los votos
suficientes para imponer sus soluciones desde el gobierno andaluz. El resto,
nada. En la alternativa que propone Aristu en el crucial capítulo V de su libro
(“¿Tradicionales o modernos?”), los adivinos que leen el futuro en el vuelo de
las aves nos avisan de que de nuevo se va a optar por la tradición. Como en
tantas ocasiones anteriores, señaladas con el dedo o simplemente aludidas por Aristu
a lo largo de su libro.
Manuel Pérez Yruela comenta, en su turno de presentación
del libro, que el Epílogo, y en concreto el parágrafo dedicado a una
conferencia de Pedro Cruz Villalón, con el que concluye toda la argumentación,
se despega del conjunto del texto. No estoy del todo de acuerdo: yo no diría
que se despega, sino que proyecta el texto en su conjunto a un nivel diferente.
El Epílogo está hecho muy a conciencia, muy pensado. Estimo
posible que estuviera ya escrito antes que el libro mismo, y el discurso de este
se encaminara hacia aquel como su conclusión natural. Cierto que entre ambos
hay un hiato perceptible, pero podría haber ocurrido así debido a las prisas.
Javier Aristu nos dejó, en un libro que sabía que iba a ser
el último suyo necesariamente, un mensaje completo. Con algunas elipsis, sin
embargo. No alcanzó a escribir todos los “barbara celarent” de sus
silogismos, y se limitó a insinuarlos de forma que su tesis general pudiera ser
comprendida. El Epílogo es de algún modo la atalaya desde la que analizar el
viaje de los andaluces hacia su Tierra Prometida; el punto fijo desde el que
hace oscilar su peculiar péndulo de Foucault para tantear todos los ángulos
posibles de su territorio.
Hay pruebas que abonan esta interpretación.
Por ejemplo, el Epílogo arranca con una cita de Paul
Ricoeur, absolutamente transparente: «Lo que somos no es un bloque inmóvil, es
producto de una historia de vida, enredada en la de los otros.»
Más aún. Se da un cierto espejismo debido al orden de los
capítulos, porque el VI, dedicado a Manuel Halcón y su Manuela, está
colocado como una especie de broche para cerrar con él el círculo de los “señoritos”.
Pero el capítulo anterior, el crucial capítulo V, concluye con este aviso
explícito: «La llamada cuestión andaluza debe empezar a analizarse y
plantearse desde unos paradigmas nuevos que, a lo mejor y paradójicamente, se
buscaron y rozaron en aquellos años sesenta entre otros por aquellos visitantes
foráneos de los que hemos hablado en los primeros capítulos. Salvando la
distancia, obviamente, de medio siglo. De esas nuevas realidades y deseos de
nuevos paradigmas hablamos en el Epílogo con el que cerramos este ensayo.»
El primer parágrafo del Epílogo continúa el argumento
anunciado: “Cuarenta años no son nada”. Después se abre un interrogante: “¿Andalucía
subdesarrollada, Andalucía pobre?”. El último parágrafo, dedicado a Pedro Cruz
Villalón y su lúcido análisis de la Constitución explicado en una conferencia
de 1981, señala una falla estructural de la Constitución española (redactada,
como es sabido, con tanta buena voluntad como apresuramiento para conjurar
posibles rebotes totalitarios – que los hubo, justamente en el mismo año de la
conferencia), que condena a España a adoptar la forma de un Estado fallido, con
unas autonomías autocomplacientes, unos poderes ejecutivo, legislativo y
judicial mal ensamblados, y la figura unificante y tutelar de una monarquía que
nunca ha significado gran cosa y ahora además ha perdido de forma definitiva su
pretendida imagen ejemplar.
Javier Aristu ve en el federalismo, como multiplicación de
sinergias y reparto equitativo de tareas y de retribuciones, el posible remedio
para una Andalucía vista, no como un bloque inmóvil, sino como una “historia de
vida, enredada con la de otros”. Por ahí iban los Diálogos Cataluña-Andalucía, dedicados
a cambiar el anatema recíproco entre los dos territorios por una colaboración
capaz de convertirse en un impulso energético hacia un nuevo paradigma
inclusivo de todos los españoles; por ahí iba, también, el “Nuevo Diagnóstico
de Andalucía” en el que se empeñó junto a otros compañeros militantes en el amplio
territorio de una izquierda plural.
A Javier nunca le gustó viajar solo.