Il y a
péril à la demeure…
G.
BRASSENS, “Concurrence déloyale”
La reciente ola de nostalgia por los bellos
tiempos, que ha provocado en algunos el fugaz paso del Emérito entre la regata y la
Zarzuela, ha traído de regreso a mi blog el término “cogollito” (“… teniendo
como único paño de lágrimas el cogollito de toda la vida…”, en Crepúsculo de
los dioses, ayer mismo).
Desconozco dónde nació el término, pero sí estoy seguro de
que yo personalmente lo adquirí en la lectura de una novela de Manuel Longares, “Romanticismo”
(Alfaguara, 2001), estructurada en torno a las fechas inmediatamente
anteriores y posteriores a la muerte del Caudillo.
He recurrido al libro para documentar mejor mi recuerdo. Si
no se me ha pasado nada por alto, el término “cogollito” aparece por primera
vez en la página 75, cuando dos amigas charlan en la cafetería Balmoral «…
de las barrabasadas de esos rijosos con queridas de campeonato que eran el garbanzo
negro de las familias del cogollito, en expresión de Caty Labaig.»
En esa frase se contiene ya todo lo que es necesario saber
del cogollito, pero no me resisto a añadir otra cita un poco anterior, que se
refiere a la reacción de ese mundillo, muy chico y herméticamente encerrado en
sus privilegios, cuando a finales de octubre del 75 corre de pronto por el
barrio de Salamanca el rumor de que Franco, sin dar muestras del menor
escrúpulo, ha decidido morirse definitivamente, dejándolos a todos ellos en la
estacada.
«–Si viviera el padre Altuna –insistió Pía …–
sabríamos a qué atenernos.
–Te diré lo que nos diría el padre Altuna,
Piorra: al rendir su alma a Dios y cuando nada le costaba quedar bien, el
Caudillo nos vende a cuatro desagradecidos.
Y resbalando la vista por los cuadros de caza
de la cafetería, Fela sentenció con otro suspiro de coloso:
–España será un cataclismo, una hecatombe y una
sarracina. Pero mi dinero no lo tocan.
Impresionada por el ardor de su amiga, Pía
vació su trastorno en una perplejidad sin respuesta:
–¿Qué van a hacer con nosotros estos hijos de
su madre?»
Las conclusiones que cabe extraer de esta primera
aproximación al concepto, son dos: la primera, el cogollito procede
directamente de una estructura de clases inveterada, ya bien asentada entre
nosotros en el tiempo del franquismo sociológico. La segunda, es que por lo
general el cogollito vive y deja vivir sin interesarse demasiado por las
cuestiones que no atañen directamente a la clase social y a la religión del
dinero. Pero aflora a la superficie de la vida política en momentos de gran
tribulación, con el objetivo de devolver las aguas desbordadas a su cauce
natural.
Ayer escuché lo que podríamos llamar síntesis del
cogollitismo en una intervención radiofónica de Tamara Falcó. Tamara prefería
claramente el Borbón anterior al presente; curiosamente, en su anterior floración en torno al hecho biológico de Franco, la generación precedente también antepuso a
otro Borbón (Dampierre) al oficialmente designado como sucesor del franquismo a
título de rey; y antes aún, los Borbón-Parma fueron preferidos por el cogollo
bien pensante al caos provocado por la legítima reina Isabel de Borbón, siempre necesitada de espadones
protectores para salvaguardar los derechos del Trono.
El cogollito llama libertad a sus privilegios y patria a su dinero, por lo común mayormente evadido. Una tercera nota característica, no del todo accidental, es la presencia constante a su lado de un confesor o director espiritual, un "padre Altuna" que orienta a su grey sobre cómo debe pensar.
Desde este esquema interpretativo, la
situación actual proviene de una gran alarma para las élites neoconservadoras. Estas
se han conjurado contra un gobierno (“esos hijos de su madre”) que gestiona
nuevos derechos para las clases inferiores, y amenaza con cobrar impuestos a la
gente de bien que jamás en la vida los había pagado, salvo ese tantico
imprescindible para mantener el decoro y la pedagogía ante los humildes.
Los arcángeles de Vox son los nuevos espadones en los que el
cogollito, no sin remilgos dado que son gente sobrevenida y no de toda la vida,
fía para contener la furia de la plebe y volver las aguas a su cauce.
Desentiéndanse de las llamadas, desde la derecha, a la democracia
y a la libertad. Son cortinas de humo. Después de Franco, suspiran por volver a
la corte de los milagros de la España decimonónica.