jueves, 26 de mayo de 2022

MODERNIDAD Y CONTRADICCIÓN

 


Marshall Berman: filósofo, neoyorquino, marxista y judío, tal vez por este orden preciso de prelación.

 

Me he tropezado con la presencia de Marshall Berman, al releer el capítulo V de “Señoritos, viajeros y periodistas” (Comares, 2022), el libro que Javier Aristu consiguió concluir antes de marcharse “rompiendo el puro aire” y dejarnos a sus familiares y amigos desconsolados, perdidos en nuestras soledades.

No es casual que Javier colocara a Berman ahí. El capítulo se titula “¿Tradicionales o modernos?”, y a esa exacta disyuntiva es a la que se refiere el filósofo judío del Bronx en su obra más conocida, “Todo lo sólido se desvanece en el aire: la experiencia de la modernidad”.

El modernismo, sostiene Berman, es el intento de hombres y mujeres modernos de ser tanto sujetos como objeto de la modernización. Y contiene un ingrediente de contradicción o paradoja: está de un lado el deseo y la posibilidad real de superar las viejas esclavitudes sometidas a concepciones falsas del mundo, y de otro lado la desorientación (se ha perdido la certeza que proporcionaban los viejos y sólidos puntos cardinales de toda la vida) y el miedo de que los nuevos retos desemboquen en nuevas esclavitudes, de modo que todo lo que era sólido se desvanezca en el aire que ahora sopla con una fuerza imperiosa.

Quizá sea clarificador mencionar otra cita de la misma obra de Berman, que he encontrado en la Wikipedia: «Ser modernos es encontrarnos en un entorno que nos propone aventuras, poder, alegría, crecimiento, transformación de nosotros y del mundo, y que, al mismo tiempo, amenaza con destruir todo lo que tenemos, todo lo que sabemos y todo lo que somos…»

El rito de paso de lo antiguo conocido a lo moderno por conocer, incluye siempre una promesa y una amenaza. Gautama Buda – en un poema de Brecht – contó la experiencia del Nirvana como algo a lo que no querían arriesgarse los habitantes de una choza cuyo techo de paja había empezado a arder. Para renunciar a su comodidad efímera e insostenible, exigían, a quienes les avisaban del peligro, pruebas de que se encontrarían mejor a la intemperie. Gramsci, por su parte, explicó la dificultad de la lucha contra un fascismo al que los italianos se habían ido acomodando, con una parábola del mismo orden que la de Buda: lo viejo se resiste a morir, lo nuevo pugna por nacer, y en la penumbra de ese tránsito surgen monstruos.

Javier Aristu cita a Berman para referirse a la situación andaluza en los años setenta, cuando nuevas realidades, y de forma destacada el masivo éxodo rural, impusieron cambios drásticos en el viejo orden de una economía eminentemente agraria. La cuestión del control de esos cambios urgentes se convirtió en lo más importante, y como corolario se impuso el mantenimiento intacto de la anterior jerarquía en la nueva situación..., y no se resolvió nada.

Pero la reflexión de Berman y la cita de Aristu son también aplicables en un contexto distinto, en el que ahora nos encontramos no solo los andaluces, sino en general todos los que ocupamos un lugar en la aldea global.

Entre el ocaso del viejo orden bipolar, armamentista, hostil y amurallado, y el nacimiento de un mundo nuevo, pacífico, solidario, interconectado, libre y autónomo, han surgido monstruos, de forma nada casual. La financiarización, un retorcimiento meramente extractivo e improductivo de la economía, produjo el gran crac de la fortaleza económica global a partir de la suspensión de pagos de Lehmann Brothers. El abandono de la sanidad pública, unido al descuido en el tratamiento de posibles focos de contaminación situados en la periferia marginal de un mundo desigual, desencadenó el asalto imparable de gérmenes poco estudiados (sida, coronavirus) a la ciudadela teóricamente aséptica del centro del imperio. La implosión del imperio soviético, que tuvo causas propias y específicas, provocó una reacción eufórica y errónea en las potencias occidentales, que creyeron haber ganado la guerra fría. Fukuyama decretó el fin de la historia, y Blair el fin de la clase obrera. Pero no hubo un fin de la carrera de armamentos ni de la política de disuasión: la historia “finalizada” trajo nuevos episodios conflictivos como las Torres gemelas, la guerra de Irak, la de Siria, y ahora mismo, en el corazón de Europa, la de Ucrania. La sustitución de la Libertad por el Vasallaje, de la Igualdad por la Dominación, y de la Fraternidad por el Egoísmo, ha desembocado en el cierre en falso de todos los problemas – los monstruos – que han ido apareciendo en nuestra época de transición.

Urge reconsiderar las opciones, aprontar los remedios, abrir de par en par las puertas de un futuro que se ofrece, a pesar de todo, prometedor. Hay incertidumbres más allá, pero están coloreadas por la esperanza. Es hora de que todo lo que ha sido sólido, y además dañino, se desvanezca ya en el aire.