Viñeta
de El Roto, El País 3/5/2022
En esta sociedad, importa mucho la información.
No quiero decir que esta sea una sociedad muy informada (y
en consecuencia, libre para elegir con acierto sus propias opciones), sino que de
esta sociedad se extrae mucha información.
Se nos espía. No, en principio, por nuestra condición de
líderes (la gran mayoría de las personas espiadas carecemos de dicha condición),
ni por la peligrosidad potencial que puedan tener nuestras ideas políticas y
sociales. Eso sería un a más a más. Existen, ya lo creo, y proliferan cada vez
más los servicios de información dedicados a rastrear operaciones irregulares
de grupos militantes extremistas capaces de atentar contra la seguridad de las
personas y de las infraestructuras.
Si se nos espía a todos es, sobre todo, para conocer
nuestros hábitos de consumo. Se toma nota de lo que compramos, de lo que
pedimos, de los viajes que hacemos, de los libros y revistas que leemos, de las
causas que apoyamos con nuestra firma, de la calificación con la que puntuamos el
servicio de cocina o de mesa en un restaurante, o a la persona que ha atendido
una solicitud bancaria nuestra. Incluso, se sondea regularmente nuestra
intención de voto en las contiendas políticas. Nada más natural ni legítimo.
Toda esa información se almacena en superordenadores, y se procesa.
Eso no significa que se nos esté dando a las personas una importancia
de la que carecemos. Toda la gran masa de información recabada, da origen a un
sistema de computación de dimensiones enormes, al que se ha dado el nombre
oficioso de Big Data. Del Big Data se deducen fórmulas complejas (algoritmos) que
proporcionan una guía para extraer diversos beneficios corporativos, del mismo
modo que los antiguos buscadores de oro lavaban en un cedazo las arenas de los
acuíferos en busca de minúsculas pepitas de oro.
Todo normal, entonces. Pero por una “perversión natural”
(ojo al oxímoron), en ese sistema de información masiva, puesto en pie entre
nosotros, se tiende a introducir elementos de persuasión. De propaganda, si
prefieren este término. Propaganda comercial, social, política, etc. No se nos
informa de forma exacta y puntual sobre lo que hay, sino que se nos persuade
acerca de lo que deberíamos pensar en cada caso, para multiplicar así nuestra
felicidad pública y privada. La piscina, el SUV, el viaje de ensueño a Islandia
o a las islas Seychelles, el voto al político que bajará nuestros impuestos y
elevará nuestras cuotas de libertad individual sin presiones ni hipotecas sociales
gravosas.
No información, sino persuasión, entonces. La persuasión
utiliza como materia prima el tejido del que están fabricados los sueños. Sus
puntos de contacto con la realidad, tal como se nos aparece, son escasos.
Y la persuasión convoca además, siempre, a su hermana gemela,
la disuasión, que es utilizada mediante los mismos mecanismos para desaconsejar
conductas no redundantes con los principios que alimentan el sistema.
Entonces, como señala El Roto, es esa la razón por la que no
solo nosotros, sino también (e incluso principalmente) los políticos, somos
espiados, presionados, estimulados, persuadidos y disuadidos.
Los ejemplos abundan. Voy a referirme solo a uno, el que
menos aparece en las portadas de los medios. Ada Colau, alcaldesa de Barcelona,
volverá a pasar por estrados después de admitida la duodécima querella contra
su gestión municipal. Diez causas contra ella han sido ya sobreseídas, y la
undécima lleva el mismo camino; pero de nuevo se reclama su presencia ante el
juez con la exigencia de rendir cuentas de más de lo mismo. Existe un proceso
de información activo en el Ayuntamiento barcelonés que genera de forma consistente, redundante,
en bucle, este tipo de output.
Persuasión, mucha persuasión; y si no alcanza, mucha perseverancia
en la disuasión. He aquí el dilema. La falla principal del Big Data es que no
promueve la viabilidad de conductas distintas, sino que todo lo reduce a la
vigencia de un pensamiento único. TINA, There Is No Alternative.