Vía Internet me llega la noticia de la celebración del Día
Mundial de Internet, ayer 17 de mayo.
Nada que objetar. Más difícil – mucho más – sería elegir un
Día Mundial Sin Internet. La world wide web (www) se nos ha hecho absolutamente
indispensable. Conectarme es casi lo primero que hago por la mañana;
desconectarme, casi la última operación antes de dormir. Y al cumplir con ambos
protocolos, soy consciente de estar comportándome igual que prácticamente la
totalidad de la parte privilegiada de la humanidad, es decir, de la que agrupa
a quienes tenemos acceso directo y fácil a la red de redes.
Internet trae, desde luego, montones de inconvenientes
añadidos, y da voz a un montón de gaznápiros a los que no deseamos escuchar.
Genera un ruido estruendoso, en la peor acepción de la palabra “ruido”. Pero
nos ha permitido proyectarnos en un ciberespacio que antes no estaba a nuestro
alcance, porque ni siquiera existía.
Internet ha cambiado la forma del mundo. Posiblemente hemos
atravesado con ella un umbral histórico, y ya no nos encontramos en la Edad
Contemporánea sino, digamos, en la Poscontemporánea, o algo así. Lo decidirán
los historiadores futuros, en su momento.
Internet ha descolocado los puntos cardinales del mundo
como era, ha revolucionado sus prioridades, ha aproximado lo que antes estaba
lejano y alejado lo que estaba próximo. Ha cambiado la forma de emprender y de
trabajar, ha creado nuevas formas de diversión y nuevos espacios de ocio y de
creación.
Ha cambiado la vida.
¿Para mejor o para peor? Para mejor en el largo plazo, y
para mejor y peor también en lo inmediato, diría yo. El mundo digital es tan
tremendamente adictivo que crea ilusiones desmesuradas, espejismos de gigantes
donde solo hay molinos. Vivir “con” Internet es, diría yo, práctico, cómodo y
en cierto modo inevitable; vivir “en” Internet, perderse en sus recovecos, sus
fakes y sus posverdades, resulta en cambio absolutamente desaconsejable.
San Jerónimo, según la leyenda, iba siempre acompañado por un
león manso y agradecido, que lo seguía a todas partes y escuchaba con atención
y respeto sus predicaciones y sus reflexiones filosóficas. Aquello fue una “simbiosis”
admirable y muy útil para ambas partes, desde la premisa siguiente: el santo
seguía siendo santo, y el león, león. Nunca intentaron intercambiar sus
papeles.
Con Internet viene a ocurrir otro tanto. Bienvenida sea la
red de redes a nuestra vida, siempre y cuando nuestra vida siga siendo nuestra.