El río
Guadalquivir, la Mezquita y el puente de Córdoba, un singular espacio de
encuentro y de relación. Pasamos los días de las Jornadas de Perspectiva entre
el hotel, en una orilla de ese puente, y el palacio de congresos en la otra. A
veces cruzábamos el río amenizados por la banda sonora de una “Bella ciao”
asesinada a golpe de acordeón.
Dos titulares de El País de hoy resultan reveladores de una
situación largamente incubada. Los cito. Este es el primero: «El Estado
central solo ejecutó el 36% de las inversiones presupuestadas en Cataluña y las
duplicó en Madrid.» Es un dato incontestable, pero que no afecta solo a
Cataluña; es ampliable en porcentajes variables al resto de las autonomías. No se
trata de un hecho nuevo: Madrid aspira de forma recurrente recursos estatales presupuestados
para otros lugares y nunca ejecutados.
Hay una sobrefinanciación endémica de Madrid-ciudad,
derivada de su situación peculiar como capital. Madrid ejerce un monopolio estricto
de la capitalidad de España, en una proporción mayor seguramente que en ningún
otro Estado soberano del mundo. Una consecuencia de esa “dislocación” –
permítanme llamarla así – es la asimilación o mimetismo que se establece entre la
nación y el lugar geográfico en el que se concentran todos sus poderes
constitucionales: Madrid “es” España, y España “es” Madrid, al modo de ver de
muchos. El resto de la piel de toro somos “provincias”, y solo se nos visita en
los bolos que la compañía teatral hace en verano con motivo de las fiestas
mayores de los pueblos.
El dato ofrecido por El País podría hacer extensiva a muchas
autonomías (descontadas las que tienen concierto económico) la pequeña obsesión
de muchos catalanes de que “Madrid nos roba”. Hay otros elementos a considerar,
sin embargo, y en particular la querencia de todas las autonomías a desentenderse
de toda pretensión de dirigir la economía propia e incentivar las inversiones
productivas, cosa que correspondería a su papel como parte del Estado. La
partida principal de los presupuestos de las administraciones autónomas es
siempre la relativa a los gastos corrientes: los salarios de gobernantes,
funcionarios, parlamentarios y otros, entre ellos un buen número de asesores
ampliamente prescindibles.
La pandemia expuso de forma descarnada esta querencia: las
autonomías no querían, literalmente, enterarse de que tenían traspasadas las
competencias en Sanidad. Descargaron sus responsabilidades sobre el Estado
central, y se sintonizaron a sí mismas en modo víctima. Madrid consiguió de
todas formas un montón de recursos más que el resto, y los utilizó como es
sabido: la inversión faraónica en el Zendal, trufada de comisiones en “b”, e inservible
desde el principio mismo; más pequeñas estafas “pa’l saco”, como el
tocomocho de las mascarillas chinas del hermano de Ayuso.
Quizás ese mal ejemplo de Madrid, que absorbe recursos
ajenos y los malgasta alegremente, sea la causa de lo que señala el segundo
titular que espigo de la portada de El País: «El PP deja a Ayuso en un
segundo plano en la campaña andaluza para mirar al centro.»
No fotem, el PP no mira al centro
si no es en el sentido de mirar a Madrid, que es de alguna manera mirarse su
propio ombligo. Pero hay autonomías, como ocurre con la castellano-leonesa, la
castellano-manchega y la murciana, que se consideran a sí mismas como hinterland
madrileño, y actúan como tales. Son territorios vasallos de alguna manera
de la capital, de la que han aprendido a depender para todo. Vox, la opción mas
convencida de la equivalencia espiritual entre Madrid y España, galopa en
libertad por los campos de las Castillas. La presencia de Ayuso en las campañas
de estos territorios, que sus propios mandatarios conciben como el reposadero
propicio para recoger las migajas caídas del mantel del banquete madrileño,
puede evitar al PP un sorpasso por la derecha. En cambio en Andalucía, con
mucho más territorio, población y recursos, el seguidismo de Madrid resultaría
peligrosamente contraproducente, en el sentido de que el ombliguismo de la
derecha madrileña podría chocar con el narcisismo de la derecha andaluza. Y el
choque entre las dos idiosincrasias tendría tal vez consecuencias potenciales
negativas para una opción política que se asienta en el suelo de una mano de
obra famélica, desprotegida, fragmentada y sometida a la más absoluta
subordinación.