martes, 31 de mayo de 2022

OMBLIGUISMO

 


El río Guadalquivir, la Mezquita y el puente de Córdoba, un singular espacio de encuentro y de relación. Pasamos los días de las Jornadas de Perspectiva entre el hotel, en una orilla de ese puente, y el palacio de congresos en la otra. A veces cruzábamos el río amenizados por la banda sonora de una “Bella ciao” asesinada a golpe de acordeón.

 

Dos titulares de El País de hoy resultan reveladores de una situación largamente incubada. Los cito. Este es el primero: «El Estado central solo ejecutó el 36% de las inversiones presupuestadas en Cataluña y las duplicó en Madrid.» Es un dato incontestable, pero que no afecta solo a Cataluña; es ampliable en porcentajes variables al resto de las autonomías. No se trata de un hecho nuevo: Madrid aspira de forma recurrente recursos estatales presupuestados para otros lugares y nunca ejecutados.

Hay una sobrefinanciación endémica de Madrid-ciudad, derivada de su situación peculiar como capital. Madrid ejerce un monopolio estricto de la capitalidad de España, en una proporción mayor seguramente que en ningún otro Estado soberano del mundo. Una consecuencia de esa “dislocación” – permítanme llamarla así – es la asimilación o mimetismo que se establece entre la nación y el lugar geográfico en el que se concentran todos sus poderes constitucionales: Madrid “es” España, y España “es” Madrid, al modo de ver de muchos. El resto de la piel de toro somos “provincias”, y solo se nos visita en los bolos que la compañía teatral hace en verano con motivo de las fiestas mayores de los pueblos.

El dato ofrecido por El País podría hacer extensiva a muchas autonomías (descontadas las que tienen concierto económico) la pequeña obsesión de muchos catalanes de que “Madrid nos roba”. Hay otros elementos a considerar, sin embargo, y en particular la querencia de todas las autonomías a desentenderse de toda pretensión de dirigir la economía propia e incentivar las inversiones productivas, cosa que correspondería a su papel como parte del Estado. La partida principal de los presupuestos de las administraciones autónomas es siempre la relativa a los gastos corrientes: los salarios de gobernantes, funcionarios, parlamentarios y otros, entre ellos un buen número de asesores ampliamente prescindibles.

La pandemia expuso de forma descarnada esta querencia: las autonomías no querían, literalmente, enterarse de que tenían traspasadas las competencias en Sanidad. Descargaron sus responsabilidades sobre el Estado central, y se sintonizaron a sí mismas en modo víctima. Madrid consiguió de todas formas un montón de recursos más que el resto, y los utilizó como es sabido: la inversión faraónica en el Zendal, trufada de comisiones en “b”, e inservible desde el principio mismo; más pequeñas estafas “pa’l saco”, como el tocomocho de las mascarillas chinas del hermano de Ayuso.

Quizás ese mal ejemplo de Madrid, que absorbe recursos ajenos y los malgasta alegremente, sea la causa de lo que señala el segundo titular que espigo de la portada de El País: «El PP deja a Ayuso en un segundo plano en la campaña andaluza para mirar al centro.»  

No fotem, el PP no mira al centro si no es en el sentido de mirar a Madrid, que es de alguna manera mirarse su propio ombligo. Pero hay autonomías, como ocurre con la castellano-leonesa, la castellano-manchega y la murciana, que se consideran a sí mismas como hinterland madrileño, y actúan como tales. Son territorios vasallos de alguna manera de la capital, de la que han aprendido a depender para todo. Vox, la opción mas convencida de la equivalencia espiritual entre Madrid y España, galopa en libertad por los campos de las Castillas. La presencia de Ayuso en las campañas de estos territorios, que sus propios mandatarios conciben como el reposadero propicio para recoger las migajas caídas del mantel del banquete madrileño, puede evitar al PP un sorpasso por la derecha. En cambio en Andalucía, con mucho más territorio, población y recursos, el seguidismo de Madrid resultaría peligrosamente contraproducente, en el sentido de que el ombliguismo de la derecha madrileña podría chocar con el narcisismo de la derecha andaluza. Y el choque entre las dos idiosincrasias tendría tal vez consecuencias potenciales negativas para una opción política que se asienta en el suelo de una mano de obra famélica, desprotegida, fragmentada y sometida a la más absoluta subordinación.