Isa delante de la catedral
de Estrasburgo. Increíblemente bello en los detalles, el edificio resulta sobrecogedor visto desde
el nivel del suelo. (Foto, Pedro López Provencio)
Vimos dos catedrales admirables en Renania; y pudieron ser
tres con la de Luxemburgo, pero un concierto programado a la misma hora de
nuestra visita frustró nuestras expectativas.
Me limito entonces a lo que vi en Tréveris y en Estrasburgo.
La primera está hoy en Alemania y la otra en Francia, pero la adscripción
nacional es engañosa en este caso. Las dos nacieron en el mismo contexto del
país del Rin, y durante dos imperios sucesivos: el romano en Tréveris, el
carolingio en Estrasburgo.
Un inciso: los templos no tienen mucho que ver con los dogmas
religiosos; los dos de los que hablo aquí han pasado por periodos de culto
católico y de culto reformado. Supongo que en cada caso los nuevos ocupantes
practicarían exorcismos adecuados para garantizar la salud espiritual de su
parroquia. En la catedral de Córdoba hubo de rizarse el rizo, cuando los okupas
que se adueñaron de ella adscribieron aquel edificio singular a unos ritos
incompatibles con su anterior condición de mezquita.
No fueron los sacerdotes sino los ayuntamientos, los
gremios y las guildas, los artesanos y los menestrales, los caballeros y los
mercaderes, los albañiles y los peones y las mujeres que cocinaron para ellos y
les confortaron en sus fatigas, quienes levantaron las catedrales. Por eso son tan
interesantes; conservan las huellas de sociedades que quisieron inmortalizarse
a sí mismas en un espacio en el que pusieron lo mejor, lo más desinteresado y
sublime de sus propias trayectorias vitales.
Catedral
de Tréveris.
La catedral de Tréveris empezó a formarse a partir de la
donación de unas casas hecha por Elena, la madre del emperador Constantino, en
el siglo IV. El templo creció a lo largo de muchos siglos de una forma
orgánica, acompañando siempre a los hombres y mujeres que habitaban la ciudad.
Ese crecimiento fue sobre todo horizontal, mediante nuevos cuerpos de edificios
que se agregaban unos a otros. El “estilo” concreto de esos añadidos evolucionó
con el gusto de la sociedad y con los medios técnicos puestos a disposición de
los constructores. Christoff, nuestro guía, nos condujo a un punto en el patio
del claustro en el que eran visibles los distintos conjuntos arquitectónicos
superpuestos: romano, románico, gótico, renacentista, barroco.
Algo parecido ocurrió en Estrasburgo, aunque en un arco
temporal mucho más corto. No era por entonces una ciudad francesa, sino del
Sacro Imperio. Sus características son más renanas que propiamente francesas,
aunque es cierto que en aquella época los maestros de obras circulaban con
facilidad de un lado a otro de unas fronteras convencionales, siempre para cumplir
con encargos fabulosos.
En 1399 fue llamado a completar la obra de la catedral el
arquitecto imperial Ulrich von Ensingen. Venía de construir la torre de la catedral
de Ulm, y recibió el encargo de construir otra torre que superara todo lo antes
visto, Ulm incluida. Cuando la traza diseñada por Ulrich se materializó, la
catedral de Estrasburgo se convirtió, con sus 142 metros, en la construcción de
mayor altura de toda la cristiandad. La torre, y con ella toda la elaboradísima
fachada, se nos cae encima casi de forma literal cuando la contemplamos desde
abajo, como humildes hormigas.
A finales del siglo XVI se construyó, en un recinto situado
junto a la nave principal, un “reloj astronómico” con autómatas que se movían
para dar las horas, las medias y los cuartos. Es otro prodigio prácticamente
único en su época, pero también es prácticamente una repetición: el tiempo que
marca estaba ya inserto en las piedras venerables del templo.
En la
nave principal de la catedral de Tréveris, en compañía de un guía peculiar,
Christoff: carece de licencia, y comparte por afición su sabiduría con los
turistas españoles, en recuerdo y homenaje a su esposa madrileña, fallecida
hace pocos años. (Foto, Carmen Martorell)