Cuando ya se han cruzado todas las líneas rojas, cuando se han
dejado pudrir los conflictos pendientes hasta un punto de no retorno, cuando se
manipulan las estadísticas oficiales para no fomentar alarmismos excesivos y
todo se sigue fiando a la próxima aparición de brotes verdes en lugares donde
nadie ha sembrado semillas, se instala en la política una calma extraña. Las
urgencias se vacían de significado. Permanecen las formas, los procedimientos,
los mecanismos, pero no hay ningún propósito que les dé sentido. Todo puede
hacerse dentro de la ley, se nos dice; y no se hace nada. Todo puede discutirse
siempre y cuando nada se cuestione; y claro, ni se empieza a discutir. Nos
ronda el presentimiento de que se acerca el fin del mundo, pero se trata en
todo caso de un dato carente de interés que conviene ocultar para no desanimar
a la ciudadanía, ahora que tanto empeño está poniendo en apretarse un poco más
el cinturón.
Los protocolos vigentes en las compañías aéreas y en las
navieras establecen que ante una catástrofe inminente la conducta más adecuada
es la de hacer como si no pasara nada. Si se ha de morir se muere, pero
preferiblemente sin caer en el pánico. Es lo que hicieron los músicos del
“Titanic” con admirable presencia de ánimo. Pero ellos por lo menos eran
conscientes de lo que estaba a punto de ocurrir. El Dr. Strangelove de Stanley Kubrick, bautizada entre
nosotros como Teléfono rojo,
volamos hacia Moscú, llevaba
por subtítulo original «Cómo aprendí a dejar de preocuparme y amar la bomba».
En una escena de una comicidad corrosiva, el oficial británico que había
conseguido del general loco la clave que podía detener el bombardeo fatal,
intentaba llamar a la Casa
Blanca desde la cabina de un teléfono público. La operadora
se negaba a pasarle la comunicación mientras no colocase en la ranura los dos
centavos que faltaban. El hombre le explicaba que no tenía suelto, que se
trataba de una emergencia, que la suerte de la humanidad dependía de aquella
llamada. La respuesta invariable era «Consiga esos dos centavos y yo le pasaré
con el señor presidente.»