Merece atención la última entrega de Javier Aristu en su blog “En campo abierto”. Es
en principio algo sorprendente: un análisis del voto de las elecciones europeas
antes de que dicho voto se haya consumado. Antes de la votación misma.
¿Por qué no? Lo que intenta Javier con ese tour de force no es una mera constatación de la
correlación de fuerzas existente, sino un último estímulo a votar lo que de
verdad importa, desde una fundamentación diferente del acto mismo de votar. De
la lectura de su artículo, y eso es lo que cuenta en definitiva, se deducen
motivos poderosos para ir a votar el domingo, y para votar con sentido, más
allá de una doble rutina: la rutina del voto útil y la del voto de castigo.
El voto “útil” se refugia en la necesidad de una gran fuerza
numérica para cambiar las cosas. Y es cierto que con el voto mayoritario,
conjunto en muchas ocasiones, de nuestras dos grandes opciones de voto, se han
cambiado en los últimos años muchas cosas así en el cielo como en la tierra,
así en España como en Europa. Todas para peor. Detrás del reclamo al voto útil
vienen el reclamo a la cordura, el no hay alternativas, la apelación a las
servidumbres de la gobernabilidad. Es un camino trillado de tan transitado, y
todos sabemos a dónde conduce.
El voto “de castigo” son las banderillas de fuego que colocamos
a los “nuestros”, a los que a pesar de los pesares seguimos considerando
nuestros, para estimular su combatividad desde un contexto de insatisfacción
con su comportamiento. Votamos ahí donde más les puede doler. Es un voto de
recorrido muy corto y de perspectivas mediocres. Ha permitido la presencia
fugaz en diversos parlamentos de personas como el empresario jerezano Ruiz
Mateos, el dirigente deportivo Laporta o el disidente gubernamental Álvarez
Cascos. Todos sacaron provecho personal de ese voto, pero ninguno lo llevó
demasiado allá.
Se constata una intención de voto de castigo en los sondeos de
las europeas, pero en esta ocasión se trata de algo más: el voto de castigo
como voto útil. Es decir, una intención de encontrar alternativas de mayor
calibre y solidez, delante de la actitud ensimismada o insensible de quienes
día a día, decisión a decisión, omisión a omisión, van dejando de aparecer como
“los nuestros”. Y no me estoy refiriendo únicamente a los dos polos de nuestro
bipartidismo, la desafección invade todos los departamentos de la vida
política, y la gente (ah, la gente, un concepto ambiguo, casi una simple
muletilla para adornar el discurso político; y sin embargo todo empieza con
ella, todo depende de ella), la gente apronta otros recursos, se agencia otras
alternativas, por lo general en los márgenes de la vida política oficial, pero
también interpelando a los políticos de profesión. En el merchandising electoral, frente a la comodidad
rutinaria de los grandes supermercados en los que se encuentra “de todo” pero
nada enteramente satisfactorio, empiezan a aparecer como alternativa válida las
pequeñas boutiques con encanto. Las grandes opciones, sobre todo en el terreno
de la izquierda, deberían tomar buena nota de ello.
Este es un asunto de Sociedad, dice Javier. De Sociedad con
mayúscula. Ahí le duele. Un terreno que hace muchos años la Política (también con
mayúscula, faltaría más) ha dejado de pisar.
Javier señala tres grandes terrenos de los que extraer utilidad
para nuestro voto: el trabajo, la pluralidad, la convivencia. Tres grandes
objetivos para España y para Europa, porque necesitamos en estos momentos de
crisis y de transición subir las apuestas, conformar un gran marco distinto de
como es, variar las perspectivas, dar mayor amplitud y respiro a los proyectos.
Y como remate y conclusión de su alegato, también él invoca con
fervor a San Bruno (Trentin). Los demás hermanos legos de la extensa orden
monástica de los trentinianos le coreamos con gusto: «¡Amén!»