jueves, 29 de mayo de 2014

LA LEY "EN" LA CALLE

Conviene utilizar la moviola y repasar con atención el vídeo de la rueda de prensa en la que hizo pública su dimisión el señor Manel Prat, de CiU, cap dels mossos d’esquadra, vale a decir la policía autonómica. Fijémonos bien. Esos son los modos, y ese es el lenguaje del poder, en toda su crudeza. Forzada la dimisión por presiones de los socios en el proceso hacia la concreción del derecho a decidir en Catalunya, ni Prat ni su jefe político Ramon Espadaler, conseller de Interior, han reconocido errores o excesos en la actuación desmesuradamente violenta de la fuerza pública contra las personas, en ocasiones ya demasiado repetidas. Es más, Prat y Espadaler se han piropeado recíprocamente y han mostrado ante la opinión que siguen encantados de haberse conocido a sí mismos. Como contraste, en estos mismos días, la violencia de los grupos okupas en torno al conflicto de Can Vies, en el barrio barcelonés de Sants, ha sido considerada desde el partido del gobierno catalán energuménica e inadmisible. No estoy diciendo que no existan razones para esos calificativos: me limito a señalar el doble rasero.

Si alguien pensaba que una reforma laboral que condena al paro y a la falta de perspectivas a más de la mitad de la población joven, sumada a la catarata de desahucios, al cierre del grifo de los subsidios de desempleo y de las becas y los incentivos al estudio, y al recorte de las pensiones de los abuelos que cada vez en mayor medida se constituyen como única fuente de ingresos familiar; si alguien pensaba, digo, que ese panorama iba a generar mansedumbre en la ciudadanía, ya puede ir corrigiendo el enfoque. A lo cual añado por mi cuenta y riesgo una conocida máxima de Sun Tzu (s. IV a.C.), en El arte de la guerra: un estratega prudente dejará siempre al enemigo una línea de escape viable, porque es sabido que la desesperación multiplica las fuerzas de un ejército acorralado. Si extrapolamos el tema de la guerra de movimiento al terreno del tratamiento de los conflictos sociales, entiendo que la vieja máxima conserva todo su valor. Quienes hemos negociado mucho no necesitamos de tales recordatorios, pero al parecer a los nuevos tecnócratas del poder omnímodo el consejo les suena, literalmente, a chino.

Una última reflexión impertinente: ¿quieren otro Manel Prat los que reclaman un “Estado propio”? ¿Es el Estado, propio o no, la solución de los problemas diversos y gravísimos que nos aquejan? ¿O bien, como suele suceder, la solución forma parte del problema?