Conviene utilizar la moviola y repasar
con atención el vídeo de la rueda de prensa en la que hizo pública su dimisión
el señor Manel Prat, de CiU, cap
dels mossos d’esquadra, vale
a decir la policía autonómica. Fijémonos bien. Esos son los modos, y ese es el
lenguaje del poder, en toda su crudeza. Forzada la dimisión por presiones de
los socios en el proceso hacia la concreción del derecho a decidir en
Catalunya, ni Prat ni su jefe político Ramon Espadaler, conseller de Interior,
han reconocido errores o excesos en la actuación desmesuradamente violenta de
la fuerza pública contra las personas, en ocasiones ya demasiado repetidas. Es
más, Prat y Espadaler se han piropeado recíprocamente y han mostrado ante la
opinión que siguen encantados de haberse conocido a sí mismos. Como contraste,
en estos mismos días, la violencia de los grupos okupas en torno al conflicto
de Can Vies, en el barrio barcelonés de Sants, ha sido considerada desde el
partido del gobierno catalán energuménica e inadmisible. No estoy diciendo que
no existan razones para esos calificativos: me limito a señalar el doble
rasero.
Si alguien pensaba que una reforma
laboral que condena al paro y a la falta de perspectivas a más de la mitad de
la población joven, sumada a la catarata de desahucios, al cierre del grifo de
los subsidios de desempleo y de las becas y los incentivos al estudio, y al
recorte de las pensiones de los abuelos que cada vez en mayor medida se
constituyen como única fuente de ingresos familiar; si alguien pensaba, digo,
que ese panorama iba a generar mansedumbre en la ciudadanía, ya puede ir
corrigiendo el enfoque. A lo cual añado por mi cuenta y riesgo una conocida
máxima de Sun Tzu (s. IV a.C.), en El
arte de la guerra: un
estratega prudente dejará siempre al enemigo una línea de escape viable, porque
es sabido que la desesperación multiplica las fuerzas de un ejército
acorralado. Si extrapolamos el tema de la guerra de movimiento al terreno del
tratamiento de los conflictos sociales, entiendo que la vieja máxima conserva
todo su valor. Quienes hemos negociado mucho no necesitamos de tales
recordatorios, pero al parecer a los nuevos tecnócratas del poder omnímodo el
consejo les suena, literalmente, a chino.
Una última reflexión impertinente:
¿quieren otro Manel Prat los que reclaman un “Estado
propio”? ¿Es el Estado, propio o no, la solución de los problemas diversos y
gravísimos que nos aquejan? ¿O bien, como suele suceder, la solución forma
parte del problema?