El término “casta” acuñado por el profesor Pablo Iglesias
para describir al establishment político recuerda poderosamente la
imagen del “recinto” empleada en el mismo sentido por Fausto Bertinotti. Ambos
remiten a un espacio cerrado, excluyente y claustrofóbico que sólo puede ser
desalojado y purificado a partir de una irrupción desde fuera: de los
“bárbaros” en la imagen de Fausto, del “pueblo” en la de Pablo.
Pues bien, la casta ha reaccionado de forma desabrida contra
el planteamiento – beligerante, pero legítimo en democracia – de Podemos. Si ya
antes de la jornada electoral Ramón Jáuregui declaraba no comprender el voto a
opciones pequeñas «que no han acreditado nada», a partir de la noche del 25 el
goteo de descalificaciones se ha convertido en riada: desde “frikis” (término
del que no se excluye a don Carlos Jiménez Villarejo, titular durante años de
la fiscalía anticorrupción, y quizá es ahí donde les duele) hasta
“bolivaristas”.
Prácticamente todas las piezas de la acusación en el pleito
Casta vs. Podemos aparecen en un editorial de hoy, 30 de mayo, en El País, bajo
el título «El recién llegado». El texto es digno de un detallado estudio
semiológico. Bajo una cobertura superficial de aprecio («Lejos de ningunearle,
los demócratas tienen que felicitarse…»), las descalificaciones se suceden,
siempre en un tono subliminal y mirando al tendido, al modo clásico de las
puñaladas traperas. He aquí un recuento: «… se apoya en la frustración…
comunicación barata… voto de castigo… acentos populistas… hasta ahora contrario
a la democracia representativa… inexistente cuatro meses atrás… mensaje simplificador…
5 de los 54 escaños… sus primeras sugerencias tácticas tienden a abrir la
puerta a acuerdos con IU para las siguientes elecciones, lo cual da idea de la
medida de la representatividad que espera de sí mismo.»
Es sólo un exordio. De inmediato el
editorialista emplaza a la nueva formación a «respetar las reglas del juego y a
explicar sus zonas de sombra.» Hay una dosis desmedida de prepotencia en esa
exigencia. ¿Cuáles son las “reglas” que Podemos no cumple y debe respetar? ¿Qué
“juego” es ese? ¿Se refiere el editorialista a lo que podemos adivinar dada la
deriva reciente de la política española? ¿Está pidiendo al catecúmeno que se
someta a una iniciación en los ritos de la casta? Y en cuanto a las “zonas de
sombra”, ¿a qué viene exigir explicaciones a priori al recién llegado cuando
los de siempre se niegan desparpajadamente a explicar a posteriori sus
vergüenzas, y no digamos ya a dimitir, en casos de delitos acreditados
fehacientemente en los órganos judiciales?
Si son esas las reglas del juego que
han de respetar los intrusos, más vale que la “casta” vaya abandonando
ordenadamente el “recinto”, y el último en hacerlo se ocupe de apagar la luz. Y
si el editorial de El País ha sido redactado o sugerido desde Ferraz,
posibilidad no descartable para espíritus muy susceptibles y desconfiados,
sería un indicio pésimo acerca de la sinceridad de los propósitos de renovación
y transparencia de la formación socialista.