La muerte a balazos de la presidenta de la Diputación de León ha
removido las aguas legamosas de la política nacional en un momento delicado por
la coincidencia con una campaña electoral que no se caracteriza por la
manifestación de pasiones desbordadas ni entre los candidatos ni en el
electorado. Dos concejalas socialistas gallegas han sido obligadas a dimitir
ipso facto por haber tuiteado alusiones poco favorecedoras para la víctima. Ya
se sabe cuánta importancia tiene guardar los modos y las convenciones de la
corrección política, pero sorprende, sin embargo, que un “quien siembra
vientos…” genere una dimisión fulminante mientras que no tenga sanción llamar
“malnacidos” a los militantes de Bildu, como hizo el señor Iturgaiz porque juzgaron
que el asesinato no era motivo suficiente para interrumpir su campaña
electoral. Anotemos para futura referencia el dato de que también en la
corrección política se otorgan bulas y existe la ley del embudo.
El exabrupto de Iturgaiz habría tenido sin duda más razón de ser
en el caso de que el asesinato de Isabel Carrasco hubiera tenido un trasfondo
político, pero no es el caso, a no ser que hayan intervenido móviles criminales
relacionados con la fontanería interna del PP, cuestión de la que no ha aparecido
hasta el momento ningún indicio verosímil. Y aunque así fuera, ¿por qué habría
de cambiar Bildu su calendario de campaña, tratándose de un asunto interno de
otro partido?
Por otro lado la investigación del crimen, narrada con
abundancia de detalles en los medios, ha estimulado mi afición a las
deducciones detectivescas, bien entrenada por la lectura frecuente de novelas
policiacas. He seguido con curiosidad, en planos urbanos y gráficos adjuntos a
las crónicas periodísticas, los meandros del trayecto entre la vivienda y el
despacho oficial de la víctima, vía pasarela peatonal sobre el río Bernesga; la
búsqueda y sorpresiva aparición del arma del crimen, y las precauciones y
rodeos adoptados por las luego detenidas para disimular los hechos. Los asesinos
de las novelas lo hacen bastante mejor, es la primera conclusión provisional a
la que he llegado. Las dos imputadas actuaron con premeditación, puesto que
compraron la pistola hace más de un año (a un yonqui, ya fallecido) y acecharon
a su víctima durante al menos cinco días, a la espera de que saliera de su casa
sola. No lo hizo en todas las ocasiones anteriores, y tampoco lo habría hecho
el día de autos de no ser porque el novio de Isabel tuvo la fatal ocurrencia de
despedirse de ella en la puerta e ir por su cuenta al despacho en moto, dando
un largo rodeo, en lugar de acompañarla.
Otra circunstancia favorable, también casual, fue el hecho de
que una policía municipal amiga de una de las sospechosas tenía su coche
aparcado en las cercanías y hasta el día siguiente no se le ocurrió mirar el
contenido del bolso que alguien había dejado en el asiento trasero, en el que
estaba la pistola utilizada. Se trata de dos circunstancias curiosas, nada más,
a las que sería muy aventurado intentar sacar punta, sobre todo porque al cabo
de sólo algunos minutos del crimen, las dos sospechosas fueron detenidas a
menos de 500 metros
del lugar de los hechos. Con un cúmulo tan grande de casualidades favorables,
esta rápida detención consagra casi un récord de torpeza criminal.
La visión de conjunto que emerge de los hechos dados a conocer
por la prensa sugiere que el crimen no ha tenido connotaciones políticas, ni
tampoco laborales propiamente dichas, sino que se inscribe en un entorno
intensamente afectivo. Había “inquina” entre la muerta y sus presumibles
matadoras, y la causa de la misma parece derivar de la ruptura que se produjo
entre ellas al final de una etapa de predilecciones y tratos de favor muy
marcados. Los motivos de la ruptura y de la inquina no se han hecho públicos.
Quizá no lleguemos a conocerlos nunca, si las instancias oficiales actúan con
eficacia y cubren con un velo decoroso determinadas circunstancias de la
personalidad íntima de las personas implicadas. Lo que resulta infantilmente
absurdo es atribuir el crimen a la “crispación” política y al radicalismo
fanático de los opositores al gobierno del partido popular. Esa es, sin
embargo, justamente la explicación predilecta en las explicaciones de la
llamada caverna mediática. Una manifestación más, por si faltaban, del “todo
aprovecha” en el debate político, que algunos practican esforzadamente a “piñón
fijo”.