Los oráculos más acreditados auguran
malos tiempos para la lírica. En vano se esfuerza Mariano Rajoy en anunciar al
mundo día tras día buenas noticias para el mes próximo y mejores aún para el
siguiente: la ciudadanía no está por la labor, las fuerzas vivas se encogen de
hombros y la valoración del carisma político del presidente en términos de
sondeos de opinión se aproxima infinitesimalmente a la raíz cuadrada de menos
uno. Tampoco en los cuarteles del primer partido de la oposición está la
militancia para tirar cohetes: el descenso de sus expectativas es simétrico al
del gobierno, y la desafección de su electorado está tomando proporciones
superiores a las del deshielo de la Antártida.
Dos analistas políticos agudos, Sol
Gallego Díaz y Miguel Ángel Aguilar, han coincidido en detectar en las dos
formaciones básicas del bipartidismo patrio indicios de una misma estrategia,
la de fomentar la indiferencia del votante con una campaña europea cansina,
rutinaria y repetitiva. Curioso expediente, este de alejar a los demócratas de
las urnas. Una abstención elevada sería el recurso más eficaz para preservar el
cupo de electos de cada cual. Con una participación en torno al 80% los
pronósticos auguran la invasión galopante del pluripartidismo y del radicalismo
(que viene a ser lo mismo), la desestabilización de la escena política, la
ingobernabilidad, el caos, y lo peor de todo, la mala imagen delante de los
socios europeos. Con la mitad de participación, el 40% más o menos, todo
quedará disimulado porque un escaño europeo valdrá solo la mitad de votos, y
eso es más asumible. En este contexto, las elecciones europeas dejarían de ser
significativas ni siquiera como “muestra fiable” para las municipales y las
generales, y se les asignaría un valor nulo de cara a las expectativas de los
grandes partidos en las próximas contiendas.
El ingenioso expediente sirve para
salvar los muebles en el corto plazo, pero ¿y luego? Ni Mariano ni Alfredo,
nuestros dos prohombres, se sienten con fuerzas para dar un golpe de timón en
las presentes circunstancias; lo suyo de siempre es contemporizar. De ahí que
empiece a barajarse en los cenáculos a la moda una idea no muy luminosa pero sí
bastante práctica: la de sumar los reducidos esfuerzos al alcance de ambas
formaciones, en vez de restar como se venía haciendo hasta ahora. Se acabarán
las descalificaciones, las herencias recibidas y los “y tú más”. Nadie está del
todo seguro de lo que dará de sí la suma de dos raíces cuadradas de menos uno,
pero las calculadoras de bolsillo ya están echando humo. Después del diluvio de
las generales, dicen, brillará el arco iris de la Gran Coalición.
Después de la indiferencia, vendrá la no diferencia. “España lo necesita”, ha
afirmado en una entrevista Felipe González. La estabilidad y la gobernanza del
país estarán aseguradas para un ¿largo? ciclo político. Partiendo de la nada,
nos habremos elevado hasta las cimas de la más absoluta miseria.