Por Bruno Ugolini
Sí, hablamos de él, de Bruno Trentin, ex secretario de la CGIL , fallecido en 2007. Ha vuelto para
hacerse oír de una forma inédita. Revive en un libro policíaco, un thriller absorbente escrito por tres
cuarentones de la CGIL. En
el volumen (publicado por Editori Internazionali Riuniti), aparecen nombres y
siglas inventados, pero es fácil deducir de quién se está hablando. Como en
casi todos los policíacos, el punto de partida es un delito. La trama (la
investigación, las pistas y las sorpresas que depara…) se inscribe muy pronto
en un marco general muy preciso, el del mundo del trabajo actual, con sus
características de fragmentación y precariedad. Y también el asesino, descubierto
en las páginas finales, tiene una relación directa con el escenario propuesto.
El lenguaje, denso y agradable, podría dar envidia a muchos narradores del
género, dado que los autores poseen, además de los «saberes» derivados de su
actividad sindical, un trasfondo cultural notable.
Firma el libro, y no por casualidad, Tom Joad, personaje de Las uvas de la ira, de John Steinbeck, pero los
verdaderos autores son Claudio Franchi, filólogo y crítico literario, doctor en
literatura provenzal y dirigente hoy de la FLC (trabajadores de la cultura); Augusto
Palombini, arqueólogo y dirigente de Agenquadri-CGIL, y Francesco Sinopoli,
doctor en derecho del trabajo y dirigente de la FLC. El título del volumen
es Rojo al cuadrado (Rosso
quadrato), lo que de alguna manera
recuerda el emblema de la CGIL ,
un pequeño cuadrado rojo.
Los capítulos que se van sucediendo lanzan, bajo el envoltorio de
una crónica de sucesos, un mensaje de cambio y de innovación. Los tres autores
se han esforzado en «comunicar» abandonando el tono sindicalero y sirviéndose
de un argumento popular con gancho. Un pasaje esencial consiste en el encuentro
con Bruno Trentin redivivo con el nombre de «Tiziano Bruni». El protagonista
del libro, Marco Esposito, fundador en las Lagunas Pontinas de una «Casa del
Lavoro», confiesa haber pasado mucho tiempo reflexionando sobre los libros y
los artículos de Bruni, y de pronto lo encuentra a sus anchas en aquella «casa»
habitada sobre todo por trabajadores precarios. Y le dice: «El movimiento
sindical, y más en general las organizaciones políticas progresistas, deberían
reciclarse a partir de experiencias como ésta.»
En la novela aparecen muchos personajes. Hay un periodista
imaginario del Corriere que habla de «sindicatos
monstruosos que defienden privilegios anacrónicos». Hay sindicalistas
habilísimos en negociar los más complicados niveles salariales, pero sordos a
la posibilidad de incluir en la negociación a los trabajadores precarios. Otros
se encuentran entre dos fuegos: «La mitad de la gente te pide que no te
expongas tanto, y la otra mitad te hace reproches porque cree que no te
implicas lo suficiente.» Está el poco escrupuloso empresario Giacomo Marchetti,
en el centro de una espesa red de negocios y de política, acostumbrado a poner
en pie empresas que abren y cierran con plantillas compuestas por trabajadores
a prueba y “colaboradores”. ¿Es una forma de favorecer el empleo? Un profesor
de derecho del trabajo explica que «ahora podemos justificarlo todo: el
reclutamiento ilegal de mano de obra pagada en negro, el trabajo de menores…
Ahora los faraones y los cómitres de las galeras romanas serían grandes
benefactores, porque darían trabajo a un montón de gente.»
Son pasajes que incitan a la discusión. Y hay quien dice:
«Deberíamos pensar un poco en los afiliados de mañana, además de los de hoy.»
Mientras otros observan, prudentes: «Nosotros no somos los generales que
deciden la guerra, somos los enfermeros que se dedican a cuidar de los
heridos…»
La historia llega al epílogo. Y el descubrimiento de la verdad va
acompañado de una revuelta del grupo de los colaboradores a prueba de la
empresa de Marchetti. Una mañana se rebelan y hacen huelga. Hay quien exulta:
«Es el renacimiento de la conciencia de clase. Aparece más o menos cada cien
años, como los cometas». Y eso permite soñar en un mundo en el que «cualquier
empleo tendrá mínimos salariales de los que no se podrá bajar en ningún caso. Y
cuando alguien como tú termine un trabajo, tendrá un subsidio mínimo
garantizado, además de cursos de reciclaje y de mejora profesional.»
Susanna Camuso, en sus conclusiones al congreso de la CGIL , ha hablado de estas
cosas. Y ha insistido además en la voluntad de salir de la visión “liderística”
dominante hoy en el terreno político. Su propuesta incluye la innovación en el
liderazgo sindical. Sería bonito que se pensara en alguien parecido a Marco
Esposito. Un seguidor, llamémoslo así, de los dos personajes a los que está
dedicado Rojo al cuadrado: Vittorio Foa y Bruno Trentin.
(Publicado en Com.Unità, 19.5.2014. Traducción: Paco
Rodríguez de Lecea)