domingo, 1 de octubre de 2017

FIN DE ETAPA


No ha quedado en muy buen lugar el Estado en el día marcado para el referéndum catalán. Cuatrocientos sesenta heridos son muchos heridos. Quedan para la memoria las imágenes de mujeres precipitadas escaleras abajo, de abuelas venerables con la cara ensangrentada, de un hombre atendido de las lesiones producidas por un pelotazo en el ojo. El Paseo de Gracia, yo mismo doy fe, ha sido ocupado hacia mediodía por una docena de garrulos con banderas constitucionales, letreros alusivos y un tambor, que cantaban a voz en cuello el Que viva España.
Se ha impuesto desde los banquillos la táctica del “A por ellos, oé.” Vencer sin el menor intento de convencer.
No sé si habrá recuento oficial o extraoficial de votos en las presentes circunstancias, pero será lo de menos. Importa el otro recuento, el que da como resultado un inmenso desprestigio de las instituciones del Estado en todo el manejo del conflicto, y un rencor concreto y duradero en Cataluña, que añadir a la anterior desafección generalizada.
Mi impresión es que la audacia descarada de los independentistas, jugando de farol si se quiere (lo he visto escrito en un artículo del blog En Campo Abierto), ha ganado la partida a la falsa prudencia y “proporcionalidad” en la respuesta ejecutada por el gobierno. La proverbial retranca de Mariano Rajoy se ha quedado, por esta vez, en tranca a secas.
Es probable que Oriol Junqueras, sin haber aportado ningún mérito propio y empujado por el viento de cola de la indignación de la sociedad civil (una sociedad mucho más extensa y plural de la que controlan las consignas de ANC y Omnium), alcance en las próximas elecciones la presidencia de una Generalitat más o menos intervenida. Incluso con mayoría absoluta. Las opciones que han defendido la negociación y el diálogo perderán comba; ningún diálogo es creíble después de lo sucedido hoy, únicamente es concebible un tratado de paz impuesto por los vencedores.
Se redibujará el mapa político catalán, con una inflexión más agresiva respecto del Estado central. A corto plazo, podríamos vivir la aplicación del artículo 155 de la Constitución, con el que tantos patriotas españoles tienen sueños húmedos. “Ajo y agua, a ver si aprenden.” A medio plazo, y ya con otro gobierno en España (¿para cuándo, manes de mis antepasados?), acabará por hacerse inexcusable la celebración de un referéndum legal para solucionar la imparable deriva política catalana hacia la desobediencia civil.
Entonces veremos cuál es el voto mayoritario. No será el mismo, me temo, que el que se habría dado en una consulta legal consensuada oportunamente antes del 1-O.