No ha quedado en muy
buen lugar el Estado en el día marcado para el referéndum catalán.
Cuatrocientos sesenta heridos son muchos heridos. Quedan para la memoria las
imágenes de mujeres precipitadas escaleras abajo, de abuelas venerables con la
cara ensangrentada, de un hombre atendido de las lesiones producidas por un
pelotazo en el ojo. El Paseo de Gracia, yo mismo doy fe, ha sido ocupado hacia
mediodía por una docena de garrulos con banderas constitucionales, letreros
alusivos y un tambor, que cantaban a voz en cuello el Que viva España.
Se ha impuesto desde
los banquillos la táctica del “A por ellos, oé.” Vencer sin el menor intento de
convencer.
No sé si habrá
recuento oficial o extraoficial de votos en las presentes circunstancias, pero
será lo de menos. Importa el otro recuento, el que da como resultado un inmenso
desprestigio de las instituciones del Estado en todo el manejo del conflicto, y
un rencor concreto y duradero en Cataluña, que añadir a la anterior desafección
generalizada.
Mi impresión es que
la audacia descarada de los independentistas, jugando de farol si se quiere (lo
he visto escrito en un artículo del blog En Campo Abierto), ha ganado la
partida a la falsa prudencia y “proporcionalidad” en la respuesta ejecutada por
el gobierno. La proverbial retranca de Mariano Rajoy se ha quedado, por esta
vez, en tranca a secas.
Es probable que Oriol
Junqueras, sin haber aportado ningún mérito propio y empujado por el viento de
cola de la indignación de la sociedad civil (una sociedad mucho más extensa y
plural de la que controlan las consignas de ANC y Omnium), alcance en las
próximas elecciones la presidencia de una Generalitat más o menos intervenida. Incluso
con mayoría absoluta. Las opciones que han defendido la negociación y el
diálogo perderán comba; ningún diálogo es creíble después de lo sucedido hoy,
únicamente es concebible un tratado de paz impuesto por los vencedores.
Se redibujará el
mapa político catalán, con una inflexión más agresiva respecto del Estado
central. A corto plazo, podríamos vivir la aplicación del artículo 155 de la
Constitución, con el que tantos patriotas españoles tienen sueños húmedos. “Ajo
y agua, a ver si aprenden.” A medio plazo, y ya con otro gobierno en España (¿para
cuándo, manes de mis antepasados?), acabará por hacerse inexcusable la
celebración de un referéndum legal para solucionar la imparable deriva política
catalana hacia la desobediencia civil.
Entonces veremos
cuál es el voto mayoritario. No será el mismo, me temo, que el que se habría
dado en una consulta legal consensuada oportunamente antes del 1-O.