Socaliña es, según
definición del diccionario de la Academia, el ardid por el que se sonsaca a alguien lo que no
está obligado a dar. No hay ejemplo más apabullante de la mercantilización
descarnada de las relaciones humanas bajo el imperio del capitalismo neoliberal
dominante que la utilización del impulso caritativo de personas e instituciones
como fuente extractiva de ingresos pingües para personas que se autodesignan
como gestoras de buena voluntad de las ayudas humanitarias.
No hay ejemplo más
apabullante, así pues, de lo antes dicho que la orgía con prostitutas locales montada
por la organización no gubernamental Oxfam después del terremoto de Haití, con
dineros de la ayuda recabada para paliar la catástrofe.
Es un caso aislado,
no lo niego. Como tantos otros, empero. En un mundo egoísta en el que, como ha
afirmado en fecha reciente nuestro primer ministro, “nadie da algo por nada” (1),
el florecimiento invasivo de las ONGs subvencionadas resulta, como mínimo, sospechoso.
No estoy atacando
la existencia de ONGs con fines altruistas, ni me posiciono en contra de las
subvenciones estatales para tales fines. Apunto únicamente al hecho de que en la
cuestión de las subvenciones a entidades sin ánimo de lucro reina más la
opacidad que la transparencia; a que en la propaganda lacrimosa de algunas sociedades
benéficas aparece con mayor frecuencia la posverdad que la verdad; a que
convendría averiguar mejor extremos tales como quién da las subvenciones y con
qué criterios; y quién las recibe, y qué uso concreto y pormenorizado hace de
ellas. Este no debería ser un tráfico oscuro de privilegios ni una fuente
colateral de ingresos no declarados para las personas que de un lado se lucran
con la distribución de las subvenciones (asegurándose su tres por ciento a cambio del favor, porque “nadie
da algo por nada”), y del otro lado con una administración de la caridad bien
entendida (es decir, la que empieza por uno mismo), a gran
escala.
El primer deber de
la ética, si la ética no ha desaparecido aún de la superficie de la aldea
global, es el de retirar las tapaderas utilizadas por la hipocresía en
beneficio propio, y dejar que se oreen al aire fresco los tapujos.
(1) Es posible afirmar ya con bastante fiabilidad que, al menos en esta cuestión, Mariano Rajoy predica con el ejemplo.
(1) Es posible afirmar ya con bastante fiabilidad que, al menos en esta cuestión, Mariano Rajoy predica con el ejemplo.