Me parece de
importancia la sentencia del Tribunal Constitucional sobre la LOMCE, del escasamente
añorado ex ministro Wert, con la obligación de costear desde el erario autonómico
la educación en castellano de quienes no conciben que en un territorio o
comunidad española cualquiera pueda
vehicularse la convivencia a partir de una lengua distinta de la de Valladolid.
El tema no es más
que una escaramuza más en la complicada batalla que se está librando en
distintos frentes, desde que el constitucional “Estado de las autonomías” ha degenerado en un "Estado contra las autonomías", por vía de recentralización
forzosa. Por eso es muy de agradecer la advertencia a quienes desde el poder
deciden hacer mangas y capirotes con la veste constitucional, de que tales
mangas y capirotes no adquieren eo ipso
e ipso facto la condición de constitucionales
por extensión.
Son cosa de todos
los días las declaraciones de amor a la Constitución española que solo sirven
de tapadera para una interpretación restrictiva y defensiva únicamente de
aquello que pueda aparecer como reconocimiento explícito de los privilegios omnímodos
del mando centralizado. La ordenación de la convivencia importa un pito a
quienes entonan himnos a la patria con letra de Marta Sánchez; la convivencia
misma les repugna, si no se entiende desde la jerarquía bien marcada del arriba
y el abajo.
Entonces, al menos
en un asunto relativamente menor el alto tribunal señala que desde un
ministerio también se infringe la Constitución, y eso es una buena noticia, que
se agradece porque lo normal es focalizar los problemas en Catalunya y dar por
artículo de fe que en el resto del país se comen tortas y pan pintado.
No. Estamos en un
impasse, pero no los catalanes, sino todos; y no por las culpas de los catalanes,
sino por las culpas de todos. Cada cual cargue con las suyas, haga examen de
conciencia o autocrítica según sus creencias, y atienda a procurar soluciones válidas
y consensuadas sin esperar que estas vengan del sometimiento a ultranza de los
levantiscos.
Porque así no se
arreglará nada, nunca. Si el deterioro ya manifiesto prosigue, bien sea al
ritmo acelerado actual o bien desde la hostilidad y el desafecto recíprocos
─esos muros de la vergüenza que nos separan entre compatriotas─, no habrá futuro para este país. Cuando hablo de “este país” me
refiero a España (a la pluralidad, no como bloque) y a Catalunya (ídem de lo
mismo). A España y Catalunya juntas, claro. Las dos podrían, sin embargo, llevar
algún día una existencia separada, no es algo que quepa excluir, hemos visto
antes cómo otros matrimonios que parecían para toda la vida se han roto,
civilizadamente o con estrépito.
El futuro en común
dependerá, en buena parte, de las decisiones que se vayan tomando ahora mismo.
O que no se tomen.