Durante catorce
días, el museo del Mauritshuis de La Haya va a someter a análisis uno de sus
mayores tesoros, la llamada “Joven de la perla” o “del turbante”, un óleo de
Jan Vermeer, de dimensiones bastante reducidas (46 x 40 cm).
Se utilizarán, dice
la noticia, rayos X fluorescentes, tomografía óptica y microscopio digital. Lo
más de lo más. El proceso se realizará en un laboratorio de muros transparentes
y los eventuales visitantes podrán seguirlo a la vista o mediante iPads
dispuestos en torno. Es una iniciativa novedosa, supongo que tendente a crear
un flujo mayor de visitas en esos días, pero también una especie de “fidelización”
a largo plazo de los fans de Vermeer, que somos muchos.
El resultado
científico es otra cosa. La conservadora del museo, Abbie Vandivere, lo ha
explicado así: «Queremos saber el origen de los materiales y la composición de
los pigmentos. El escaneado de la obra llevará tres días, y luego veremos qué
hay debajo.» Parece lógico, sin embargo, que a estas alturas los técnicos sepan
ya qué hay debajo. Ninguna sorpresa espectacular; ninguna otra obra maestra
oculta; o ya se sabría.
La historia del
cuadro dice que, después de varios siglos de eclipse, apareció en una subasta
modesta realizada en Amsterdam en 1882 y fue adquirido por solo dos florines y
30 stuyvers por un cliente llamado A.A. des Tombe, que en 1903 lo donó al
Mauritshuis. Se aprecian huellas de restauraciones en los ojos de la modelo y
también en el vestido.
Por otra parte, el
escaneo no proporcionará ningún indicio de quién fue la muchacha, a la que ha
sido colocada la etiqueta algo rimbombante de “Gioconda del Norte”. En realidad
los dos retratos magistrales son muy distintos, uno de aparato, el otro
íntimo. La mirada de la muchacha, que brilla tanto o más que la perla pendiente
de su oreja, parece preñada de cariño y complicidad hacia el hombre que la está
pintando. André Malraux supuso que se trataba de la hija menor de Vermeer, pero
eso obligaría a datar la obra en una fecha no anterior a 1672, en tanto que los
expertos la sitúan unánimemente en una horquilla entre 1660 y 1665.
La escritora Tracy
Chevalier ha escrito recientemente una novela, según la cual la modelo habría
sido una criada joven de la casa. Para justificar las sugerencias implicadas en
la mirada inocente y emocionada de la muchacha al hombre que la está pintando, la
autora aventuró que su “Griet” habría sido además una aprendiza entusiasta del
arte de Vermeer, y que contribuía a elaborar los pigmentos y las mezclas del
pintor.
No es más que una
hipótesis verosímil, y no permite avanzar mucho más allá por ese camino. Peter
Webber llevó al cine en 2003 la novela de Chevalier, con Scarlett Johansson y
Colin Firth en los papeles principales. Todo ello ha contribuido al glamour internacional
del pequeño retrato, y nada más. En el Olimpo del Arte, si tal lugar existe, se
equiparan el Rey Sol y la reina Nefertiti con una vieja friendo huevos o con
rostros como este, anónimos en origen y elegidos de improviso para la
eternidad.