Marta Sánchez ha
celebrado sus treinta años de profesión, cantando desde el escenario una versión del himno nacional, con
letra de su cosecha. Renuncio a describirles la letra: en cuanto al fondo, imaginen
un mix del “Pisa morena” con “Suspiros de España”; en cuanto a la forma, la
verdad, se queda bastante por detrás de ambos monumentos del folclore patrio.
Se ha armado un
terremoto, claro. Pero, en contra de lo que cabría esperar, don Mariano Rajoy
Brey no ha clamado contra tamaño desafuero ni ha azuzado a los fiscales contra
la tonadillera, sino que le ha dado las gracias en un tuit en el que asegura que
“la inmensa mayoría de los españoles siente lo mismo” que ella.
Estoy en que lo ha
dicho al tuntún, que no tiene en la mano datos que lo avalen. La mayoría
silenciosa de Rajoy, esa cantidad incontable de “muy españoles y mucho españoles”,
es un bluff en la práctica. No comparece ni siquiera al humo de las velas en las
grandes ocasiones. La de Marta lo ha sido, pero aquí los españoles de a pie nos
lo hemos tomado más bien con resignación. No es por Marta en sí, que conste,
sino más en general: las glorias del Real Madrid, los toros, la sangría, la
paella, la copla, las procesiones de semana santa y este solito tan bueno que
resucita a un muerto, nos pillan bastante de costadillo. No es indiferencia, es
hartazgo. Algunos llevamos en torno a los setenta años de adoctrinamiento por
parte de quienes predican ahora contra el adoctrinamiento en la escuela catalana.
Qué quieren que les diga. Cansa.
El Estado se empeña
en modelar a la sociedad civil a su imagen y semejanza. Se trata de una presión
contra natura (es la sociedad la que crea el Estado, no al revés, como parecen
entender muchos), casi insoportable y en ocasiones contraproducente. El Estado
debería ocuparse de fomentar el trabajo digno, de ampliar los derechos de
ciudadanía y de mejorar la renta disponible de las personas; pero, como no está
dispuesto a ninguna de las tres cosas, a lo que aspira es a conformar las
conciencias de modo que la gente se acomode a algunas ilusiones primarias, de
vuelo corto y rasante. Aspira, en definitiva, a fabricar un hombre
unidimensional, como lo llamó Marcuse. A la mujer, ni eso. No se la tiene en
cuenta; no aporta valor añadido, y cuando lo aporta (las hay muy tozudas), ese
valor se calcula a un porcentaje más bajo, por la puta cara.
De modo que hacen
falta muchas Martas Sánchez para salvar la puta cara de los políticos y
asegurar que lo de ser español/la es la monda, el no va más.
Mientras tanto, la
inmensa mayoría no está ni se la espera; en buena parte, ha emigrado a países menos
bendecidos por la naturaleza y por el cielo que el nuestro.