viernes, 9 de febrero de 2018

TUTORIAL PARA ODIADORES


Buenos días, señora o caballero, este es un tutorial para enseñarle a odiar de la forma adecuada y sin ninguna clase de inconvenientes ni efectos secundarios.
Partimos del supuesto de que dispone usted en su interior de una carga considerable de odio visceral. Eso no debe preocuparle: todo el secreto consiste en descargarla en la dirección adecuada. Sí, existe en la legislación un delito de odio, pero se trata exclusivamente de castigar el odio que circula en direcciones inadecuadas. De no darse esta circunstancia el odio, incluso desmesurado, es del todo inocuo, y no produce escozores ni deja rastro de mal olor.
Pongamos un ejemplo de manual para aclarar el concepto. Si usted asiste a un partido de fútbol, el ticket de entrada le da pleno derecho a entonar cánticos en los que señale a uno o más jugadores del equipo visitante de cabrón, hijoputa y maricón. Puede incluso llegar al “X muérete”, donde X no es el jugador odiado/odioso sino su hijo de corta edad. Todo es correcto. No pasa nada. Por lo menos mientras el jugador objeto de su odio no sea africano; en cuyo caso sería usted un racista, y eso está muy mal visto en la escala internacional homologada de odiadores. Evítelo. Tenga en cuenta en adelante que lo políticamente correcto es odiar únicamente a personas de su mismo color de piel.
Atienda bien ahora, porque nos adentramos en un terreno de mayor dificultad. Si el jugador (de raza blanca) odiado por usted incurre en la desfachatez de marcar un gol a su equipo y lo celebra con gestos de hacerle callar, le está provocando. Se entiende que ese jugador le odia a usted delictivamente, y debe ser castigado por ello. Hay, de otro lado, una faceta positiva en el odio exhibido por ese jugador al mandarle callar: su función profiláctica, de gran utilidad porque justifica retrospectivamente los insultos que usted le había dedicado. Usted tiene pleno derecho a la libertad de expresión; él, no.
Esa es por lo menos la argumentación proporcionada por don Javier Tebas, el baranda de LaLiga, después de unos sucesos bastante penosos en el estadio de Cornellà, circunstancia esta última, dicho sea de pasada, sobre la que conviene pasar de puntillas porque insistir en la localización geográfica viene a significar – por alguna razón que se me escapa – menosprecio tanto al club propietario como a todo el populoso municipio de Cornellà.
Así estamos. Por un lado, odio a capazos; por el otro, tiquismiquis propios de la señora baronesa cuando ve un pelo de gato en la alfombra.
Todo lo cual no sería más que una anécdota insustancial de no ser porque se está acusando también de delito de odio a quienes han denunciado el comportamiento mesurado, proporcionado y ejemplar de la fuerza pública el pasado día uno de octubre en Cataluña. El control rigurosísimo hacia un lado lo compensan nuestras autoridades con la laxitud más desenfadada hacia el otro. ¿Hay entonces dos clases de ciudadanos con derechos desiguales en nuestro país? No es eso lo que se afirma en el articulado de nuestra Constitución (la de todos). Ni siquiera se afirma tal cosa en el artículo 155, que ahora parece tomarse como exutorio para desfogar viejos odios demasiado tiempo reprimidos.