Rafa Catalá, un
desenfadado dinamitero de leyes y decretos y el primer ministro en ejercicio reprobado
por el Parlamento español, ha apostrofado a Inés Arrimadas pidiéndola que “deje
de comportarse como una estatua de sal” y tome la iniciativa de formar gobierno
en Cataluña “para salir del bloqueo”.
Tiene bemoles que
esa imprecación proceda de un ministro de Justicia, que debería tener
conciencia de lo que es legalmente posible y lo que no; tiene más bemoles aún que
vaya dirigida a una persona que no pertenece al partido político del imprecante,
sino a la leal oposición al mismo; tiene, finalmente, infinitos bemoles el
hecho de que el partido del señor ministro cuente únicamente con cuatro
diputados en el Parlament catalán, la sede institucional en la que se propone
la realización de tal misión imposible.
El arquetipo de la
estatua de sal es desde siempre la mujer de Lot. Les
recuerdo la historia: Yaveh, un autócrata veterotestamentario con serios
problemas de exceso de temperamento, decidió borrar de la faz de la tierra a las ciudades de la
llanura, Sodoma y Gomorra, debido a la proliferación en ellas de prácticas sexuales
hoy defendidas por el colectivo LGTBI. Antes de proceder al exterminio de toda
la población mediante una columna de fuego bajada del cielo, permitió
excepcionalmente la salida de las ciudades malditas de Lot y su familia, al considerarlos
los únicos justos de la concurrencia. Pero Yaveh no quería testigos de una
agresión poco defendible ante el Tribunal de La Haya, de modo que ordenó a los
fugitivos (patriarca, esposa y dos hijas en edad núbil) no volver bajo ningún
concepto la cabeza durante su marcha. La mujer de Lot lo hizo, y al instante quedó
convertida en estatua de sal. Lot y sus hijas siguieron su marcha hacia la
salvación e improvisaron de pasada un simpático ménage à trois que, los designios divinos son siempre
inescrutables, por esta vez no resultó ofensivo para el dueño de la caja de los
truenos.
Catalá recurre a
esta historia poco edificante y políticamente incorrectísima para empujar a
Arrimadas a hacer ¿qué, exactamente? No lo concreta, pero del contexto general
se deduce que, bajo la vigencia del artículo 155 y con la colaboración especial
de la judicatura, podría forzarse una situación en la que se viera inhabilitado
para votar un número de diputados/as independentistas suficiente para convertir
la minoría parlamentaria actual en mayoría, arrimando al bando de Arrimadas a
opciones parlamentarias en principio hostiles a una solución unionista de
derechas.
Algo muy poco
escrupuloso, pero aun y así mucho menos drástico que la “solución final”
llevada a cabo por el irascible Yaveh, según narración ampliamente bendecida
por la iglesia desde todos los siglos.
En el otro lado del
espectro parlamentario catalán, se abre paso la idea de elegir un president simbólico,
Carles Puigdemont, con el fin de sostener la idea legitimista de la
institución, y otro/otra president, aún por determinar (Marta Rovira no parece
estar muy por la labor), para las cosas prácticas del día a día. Entre ambos
presidents, es decir entre Bruselas y Barcelona, se crearía una adecuada correa
de transmisión, y todos felices. España no reconocería al president legítimo y
auténtico, como es lógico; pero podría tapársele la boca con el nombramiento
efectivo de la otra figura, que asumiría la ingrata tarea de limitarse a cumplir órdenes y en cambio pechar con las
responsabilidades de todo.
Es dudoso que el
invento tenga futuro. Estamos lejos de un tiempo de unanimidades, y el funcionamiento
correcto de una correa de transmisión fidedigna resulta muy difícil.
Puigdemont, en Bruselas, sin despacho y sin firma, podría convertirse en muy
breve plazo en el equivalente de la reina madre en el sistema parlamentario
inglés.