martes, 6 de febrero de 2018

LA MUJER DE LOT Y LA REINA MADRE


Rafa Catalá, un desenfadado dinamitero de leyes y decretos y el primer ministro en ejercicio reprobado por el Parlamento español, ha apostrofado a Inés Arrimadas pidiéndola que “deje de comportarse como una estatua de sal” y tome la iniciativa de formar gobierno en Cataluña “para salir del bloqueo”.
Tiene bemoles que esa imprecación proceda de un ministro de Justicia, que debería tener conciencia de lo que es legalmente posible y lo que no; tiene más bemoles aún que vaya dirigida a una persona que no pertenece al partido político del imprecante, sino a la leal oposición al mismo; tiene, finalmente, infinitos bemoles el hecho de que el partido del señor ministro cuente únicamente con cuatro diputados en el Parlament catalán, la sede institucional en la que se propone la realización de tal misión imposible.
El arquetipo de la estatua de sal es desde siempre la mujer de Lot. Les recuerdo la historia: Yaveh, un autócrata veterotestamentario con serios problemas de exceso de temperamento, decidió borrar de la faz de la tierra a las ciudades de la llanura, Sodoma y Gomorra, debido a la proliferación en ellas de prácticas sexuales hoy defendidas por el colectivo LGTBI. Antes de proceder al exterminio de toda la población mediante una columna de fuego bajada del cielo, permitió excepcionalmente la salida de las ciudades malditas de Lot y su familia, al considerarlos los únicos justos de la concurrencia. Pero Yaveh no quería testigos de una agresión poco defendible ante el Tribunal de La Haya, de modo que ordenó a los fugitivos (patriarca, esposa y dos hijas en edad núbil) no volver bajo ningún concepto la cabeza durante su marcha. La mujer de Lot lo hizo, y al instante quedó convertida en estatua de sal. Lot y sus hijas siguieron su marcha hacia la salvación e improvisaron de pasada un simpático ménage à trois que, los designios divinos son siempre inescrutables, por esta vez no resultó ofensivo para el dueño de la caja de los truenos.
Catalá recurre a esta historia poco edificante y políticamente incorrectísima para empujar a Arrimadas a hacer ¿qué, exactamente? No lo concreta, pero del contexto general se deduce que, bajo la vigencia del artículo 155 y con la colaboración especial de la judicatura, podría forzarse una situación en la que se viera inhabilitado para votar un número de diputados/as independentistas suficiente para convertir la minoría parlamentaria actual en mayoría, arrimando al bando de Arrimadas a opciones parlamentarias en principio hostiles a una solución unionista de derechas.
Algo muy poco escrupuloso, pero aun y así mucho menos drástico que la “solución final” llevada a cabo por el irascible Yaveh, según narración ampliamente bendecida por la iglesia desde todos los siglos.
En el otro lado del espectro parlamentario catalán, se abre paso la idea de elegir un president simbólico, Carles Puigdemont, con el fin de sostener la idea legitimista de la institución, y otro/otra president, aún por determinar (Marta Rovira no parece estar muy por la labor), para las cosas prácticas del día a día. Entre ambos presidents, es decir entre Bruselas y Barcelona, se crearía una adecuada correa de transmisión, y todos felices. España no reconocería al president legítimo y auténtico, como es lógico; pero podría tapársele la boca con el nombramiento efectivo de la otra figura, que asumiría la ingrata tarea de limitarse a cumplir órdenes y en cambio pechar con las responsabilidades de todo.
Es dudoso que el invento tenga futuro. Estamos lejos de un tiempo de unanimidades, y el funcionamiento correcto de una correa de transmisión fidedigna resulta muy difícil. Puigdemont, en Bruselas, sin despacho y sin firma, podría convertirse en muy breve plazo en el equivalente de la reina madre en el sistema parlamentario inglés.