Ante el juez del Tribunal
Supremo, Santiago Vidal ha reconocido que no decía exactamente la verdad en los
mítines proindependentistas que pronunció en su época de charlista para militantes
y simpatizantes de Esquerra Republicana de Catalunya.
Sostiene Vidal (ex
magistrado, ex senador) que en un mitin uno “no debe ser cuidadoso con las
palabras”, que a un político situado ante su público se le permite “un cierto
margen de libertad de expresión”.
Veamos hasta donde
llega ese margen potencial, según el juez Vidal: “Trasladé como un hecho una
situación que era de debate de ideas, especulativa, de posibilidad de futuro.”
Mintió, en una
palabra. No es que adornara una realidad para hacerla más atractiva, o simplemente más llevadera. Lo que hizo
fue muy distinto: describir como una realidad neta y consolidada algo que era
solo un desiderátum. Los catalanes tenemos una expresión, tomada de los
espectáculos de magia, para esa actividad: fer
volar coloms.
Hacer volar palomas
ante un auditorio no es libertad de expresión, caramba, es engañifa. Es tomarse
libertades desvergonzadas con la expresión y con la libertad misma. No es
posible en ningún caso admitir que el político falte a conciencia a la verdad
cuando diserta ante su público, porque entonces toda la política se reduciría a
una discusión de barra de bar entre tertulianos algo ajumados.
Esa categoría de “política
ajumada” es la que defiende el ex juez y ex senador Santiago Vidal. Más o menos
así hay que interpretar sus palabras: en las cosas serias sí que hay que decir
siempre la verdad, señor juez del Supremo, pero en la política… ¡en la política,
fantasía a todo meter, y tirar millas!
En la fotografía
que acompaña a este post, un dirigente anónimo se esfuerza por desconvocar una
huelga sindical que ha ido demasiado lejos. El lugar es el estadio de la Guineueta,
en Barcelona; el año, 1978. Desde un punto de vista puramente subjetivo ese
hombre me da cierta pena, lo siento de alguna manera cercano a mí. Ha cometido
errores de bulto en la etapa inmediatamente anterior, tanto en la apreciación
de las posibilidades objetivas de una huelga llevada a todo trance, como en la
estrategia a seguir. Y está en ese momento purgando sus errores, delante de su
gente. No se aprecia en la imagen el estruendo atronador del abucheo que ese
hombre está recibiendo.
Pero está haciendo precisamente
algo que el juez Vidal afirma que no era en absoluto necesario: está contando una
verdad amarga a los suyos, rectificando su propio análisis fallido ante los
únicos jueces válidos de su actuación, retrocediendo en la movilización ante el
impasse indeseado al que le ha empujado un optimismo poco justificado.
Algo, en
conclusión, que ya no se estila.