Pensaba en Macerata
ayer, mientras veía “Tres anuncios en las afueras”, película de Martin
McDonagh, que es también responsable del guión.
En Macerata,
Las Marcas, Italia, una muchacha blanca de 18 años se escapó de un centro de rehabilitación
y acudió en busca de droga a los Giardini Diaz, refugio de africanos llegados
en patera a Lampedusa y amontonados después en cupos para vivir de cualquier
manera, al margen de todo, entre la mendicidad y la delincuencia.
Al parecer, la
muchacha murió allí mismo, de sobredosis. El hombre negro que le había vendido la
droga perdió la cabeza al pensar en las posibles consecuencias, ocultó el
cadáver, lo troceó, lo metió en dos maletas y se deshizo de él. Las maletas fueron
encontradas, sin embargo, y el hombre detenido. Al darse a conocer la noticia, un
neofascista blanco de 28 años cogió su pistola, salió a la calle, mató a tiros
a seis negros y recibió a la policía con el saludo fascista.
Cuando ingresó en el
penal de Montacuto, fue recibido con aplausos por los internos. El eterno líder
de la derecha italiana Silvio Berlusconi, que vuelve a optar a la presidencia,
ha prometido expulsar a 600.000 inmigrantes si es elegido. Al parecer esa
promesa electoral le asegura buenos réditos en votos.
La protagonista de
la película de los anuncios, encarnada por la maravillosa actriz Frances
McDormand, descubre sobre la marcha que la ira engendra ira. Quiere concretar
el deseo de vengarse de quien violó y mató a su hija, pero las cosas van mucho
más allá de lo que imaginó al principio. La frase, que incluye un verbo
difícil, “engendra”, se la dice una persona inverosímil. “No es mía, claro”, se
excusa. “La leí en un almanaque.” Se trata de una verdad obvia, una filosofía ofrecida
gratuitamente y sobre la que nadie piensa demasiado, hasta que surge una ocasión en
que el trasfondo oscuro la hace resaltar como un anuncio luminoso en la
noche.
El título original
de la película es “Tres anuncios en las afueras de Ebbing, Misuri”. Es un acierto
haberlo recortado para su distribución en España. No se trata, en efecto, exclusivamente
de las afueras de Ebbing, Misuri, sino de las de cualquier lugar. Todos estamos
situados de alguna forma en las afueras, al margen de algo.