domingo, 17 de enero de 2021

CITA A CIEGAS

 


Publicidad de ‘Cita a ciegas’, película de Blake Edwards (1987).

 

Ayer escribí mi entrada del blog a ciegas, y me fue imposible colgarla. No es que se hubiera ido la luz, pero el wifi falló desde que enchufé a la corriente el portátil a primera hora de la mañana.

Estas cosas pasan. Filomena se ha amansado un tanto al cruzar el Mediterráneo, pero sus aproches iniciales se dejan sentir ya en Grecia de forma imperiosa. Las temperaturas se han despeñado aunque no tanto, hemos pasado de máximas de +18º a +4º, que no son para quejarse, pero es frío. Hemos recurrido a los jerséis más gruesos, encendido las estufas y acumulado mantas. Llovió sin fuerza pero con persistencia a lo largo de todo el día, un goteo malayo, tenaz. Las tórtolas que nos arrullaban a la salida del sol se escondieron en algún refugio recóndito, si no decidieron migrar tardíamente al Sahel. En la calle resonaban ecos de los largos sollozos de los violines del otoño (del invierno en este caso) que escuchó el primero de todos Paul Verlaine, poeta y dipsómano. Fue un día de vague à l’âme et de mélancholie, de marejada anímica, un día de esos en los que incluso la intratable Penélope se siente tentada a contar nuevas estrellas en el cielo de otro lecho, según nos certificó la aguda intuición de Georges Brassens.  

El wifi ha vuelto esta mañana. Con la cabeza gacha y a regañadientes, nada me asegura que no se ausente de nuevo sin dar explicaciones. Mi portátil tiene ya una edad, y el sistema operativo es de aquellos que Microsoft se niega a poner al día con actualizaciones periódicas. Incluso en condiciones normales, el Messenger solo da señales de vida en mi móvil, y aun eso con carácter esporádico. Hay amistades que me envían mensajes por ese canal y yo siempre los agradezco, pero aun así no los recibo a veces hasta pasadas semanas. Es lo que hay, quedan avisados.

De modo que escribí a ciegas, en un sentido. Yo suelo leer con detenimiento la prensa digital mientras hago la digestión del desayuno, y de esa apacible rumia simultánea de la actualidad y del bizcocho ensopado en el café con leche, surge de forma bastante natural algún tipo de comentario en contrapunto que me apresuro a trasladarles.

Diserté ayer a ciegas sobre las elecciones catalanas, pero mi argumentación quedó recogida, en mucho mejor, en el blog de López Bulla. Di por cierta la fecha del 30 de mayo, y veo hoy que no es así, que solo se apuntó como tentativa, y entra en los cálculos de la autoridad insolvente que nos desgobierna prorrogar la prórroga si los augures no se sienten satisfechos al examinar las entrañas de las bestias sacrificadas.

El procesismo busca una fecha mágica como tabla de salvación, pero se trata de una esperanza cuando menos dudosa. ¿Es verosímil que las coordenadas del país varíen de modo significativo en unos meses, cuando no lo han hecho en cuatro años? Las posiciones en Cataluña están muy enrocadas, y cualquier desplazamiento significativo del voto vendrá únicamente por una variación constatable en las apuestas colocadas sobre el tapete, no por ningún “efecto” instantáneo de formato meramente electoral.

La clave no va a estar en una fecha propicia ni en unos nombres, sino en las cosas. No en golpes de efecto sorprendentes que muevan el ánimo de las multitudes, sino en propuestas meditadas, en líneas de apertura, en una epifanía que abarque nuevos objetivos y nuevos modos de entender la política, y tenga fuerza suficiente para acercar a las urnas ese fondo espeso de abstención acumulado por un decenio de solipsismo, mal gobierno y decadencia acelerada.

En Estados Unidos, el voto al trumpismo ha crecido desde que derrotó a Hillary Clinton, pero la búsqueda de una alternativa ha movilizado un bloque nuevo de votantes de “cordón sanitario”, que no han votado por Biden tanto como contra Trump.

Es lo que cabe esperar de las próximas calendas electorales, cuya fecha baraja aún interminablemente el procesismo en busca del momento mágico en el que las divinidades propicias accedan a los deseos de la troupe, sin respeto ni por las reglas democráticas, ni por las instituciones, ni por las personas.

Es una irresponsabilidad grave, descomunalmente grave, como queda dicho en otras bitácoras.

Y además, es inútil. Por mucho que reordene sus filas y engresque a base de efectos especiales a sus leales, ya ha dicho a estas alturas todo lo que tenía que decir. Donec perficiam, hasta que horade la roca viva a base de insistencia. Su mensaje es solo monotonía: vuelta de la burra al trigo, dicho oído en mi infancia que me ha vuelto de pronto a la memoria.

La acumulación de nuevas fuerzas es solo posible en el otro lado, desde la alternativa. Hará falta un catalizador, pero sobre todo una voluntad unitaria de progreso, capaz de dejar atrás una de las etapas más torpes y ciegas de la historia de la Cataluña real.

Y una cita a ciegas es lo que nos propone el governet, en mayo o cuando le venga finalmente el pujo.