sábado, 23 de enero de 2021

EL VOTO DE LAS MUJERES TRABAJADORAS

 


Asamblea de fábrica, en los viejos tiempos de las ‘Norma Rae’.

 

Según un estudio sobre las elecciones presidenciales norteamericanas que estoy traduciendo, todo indica que el voto de las mujeres trabajadoras urbanas no blancas resultó esencial, en general y de forma señalada en algunos estados clave, para decantar la balanza en favor de Joe Biden.

Lo diré de forma más explícita. En Georgia, donde la diferencia final rondó el 1% entre los dos candidatos, los votos de los trabajadores varones blancos de las áreas rurales, y en particular los de los obreros de las manufacturas y el transporte, engrosaron la cuenta de Donald Trump, en tanto que la gran área metropolitana de Atlanta se decantó por Joe Biden, con incidencia especial de los trabajadores afiliados a sindicatos, y largamente movilizados, de la Enseñanza, la Sanidad y la Administración Pública. En las tres ramas se da una gran mayoría de mujeres no blancas. Habría sido entonces una surgencia de voto femenino, urbano, multirracial, de nivel técnico o especializado, y característicamente de clase, la que habría acabado con el predominio del GOP (Great Old Party, es decir el republicano) en el estado que fue su estandarte.

El dato lleva a una reconsideración de los esquemas y las pautas de conducta político-sindicales también en nuestro país. La feminización del sindicato es un hecho. La conciencia y la combatividad de las mujeres en la defensa de sus derechos laborales, pero también los individuales en lucha por la igualdad y por el futuro, están dando frutos importantes de un primerísimo nivel. No solo los datos de la afiliación, también los de la movilización, indican una marejada profunda en el seno del sujeto sindicato. Los impulsos son los mismos, el poder de arrastre se está resituando a partir de maneras diferenciadas de ver los mismos problemas. Además de temas como la paridad, la conciliación, el reconocimiento social, y la reivindicación de la remuneración en su caso de determinados trabajos como los cuidados, otros tópicos de tendencia insisten en ampliar el concepto de la solidaridad sindical para situarlo en el centro de la vida como un todo: el derecho de todas las personas a la dignidad, a una vivienda familiar suficiente, a la riqueza energética indispensable, a la limpieza del aire que se respira.

No estoy en condiciones de poner cifras a ese impulso diferente que empuja la acción de nuestros sindicatos hacia otro cuadrante de la misma rosa de los vientos. Intuyo, con todo, que en una batalla electoral indecisa como la que vamos a librar en mitad de una pandemia, serán la convicción y el activismo de las mujeres trabajadoras, lo que señalará una senda de progreso capaz de conducir a la salida del profundo pantanal en el que lleva sumergida Cataluña desde hace ya cerca de cuatro años.

No vendrá la solución tanto de los liderazgos fuertes, ni de la sabiduría de las universidades, ni de las fábricas “si un tiempo fuertes, ya desmanteladas”, sino sobre todo de la capacidad para decidir de muchas mujeres trabajadoras que saben que este es su siglo, y que su hora ha llegado ya.

(Leed esto como un mensaje metido dentro de una botella lanzada al mar; como un dardo en busca de una diana invisible. Esas mujeres sois vosotras, estáis ahí y todos necesitamos el empujón fuerte que podéis dar.)