miércoles, 22 de septiembre de 2021

DOS PLANOS DE LA REALIDAD

 


Imagen de la erupción en la isla de La Palma (fuente, RTVE)

 

El gobernador del Banco de España, Don Pablo Hernández de Cos, ha desaconsejado la subida del salario mínimo interprofesional (SMI) porque, según dice, un SMI más alto perjudicaría la empleabilidad de los jóvenes. Tiene razón, claro, desde su punto de vista. Don Pablo supone que el salario global es un gran pastel a repartir. Si se reparte en cachos grandes, toca a menos gente; si los cachos son chiquitines, toca menos dinero, pero a más gente. Cuando yo era niño, si había un bautizo en el pueblo, el padrino tiraba al aire calderilla para los chiquillos que rondaban la iglesia por ver qué podían pescar. Muy pocos años después, lo que llovía ya no eran monedas sino caramelos. Ahora, yo diría que no se reparte nada. Seguramente eso es lo que en el fondo desea Don Pablo para los salarios, en la etapa actual. Más voluntariado y más autónomos que corran con los riesgos. La ecuación “menos beneficios = más salarios” no le cuadra; sería abiertamente perjudicial para la “economía”.

Economía entre comillas. ¿Por qué? ¿Es que no se produciría más, y con más alegría, si los salarios fuesen más altos? (Los salarios en general, oigan; es que la pirámide salarial, por encima del suelo raso de lo mínimo, está espantosamente achatada.)

Me parece extraño que Don Pablo, tan preocupado por nosotros, no haya dicho nada del cierre de sucursales bancarias en los pueblos. Le parece mal subir el salario mínimo, pero al parecer no le molesta que el dinero sea menos accesible. Antes este tema se solucionaba mediante la Caja Postal, ubicada en la sede de Correos en cada población, a veces en el mismo mostrador donde se despachaba la correspondencia. Aquello pareció un cutrerío, y se pasó a un esquema moderno de sucursales iluminadas con neón y cajeros automáticos de luces parpadeantes. Ahora, cajeros y sucursales desaparecen del horizonte de los pueblos, y tampoco hay ya Caja Postal, se fusionó con Argentaria en 1991. Más que de “España vacía”, habrá que hablar, en la posmodernidad hacia la que nos dirigimos, de “España vaciada”. O saqueada.

Don Antonio Garamendi, presidente de la CEOE, ha refrendado la opinión de Don Pablo sobre el SMI. Una subida provocaría más economía sumergida, dice. Lo explico porque no es fácil de entender: si por ley se sube el salario mínimo, lo que hará el empresario será contratar personal fuera de la ley. Y bajo mínimos, se entiende. Una práctica tan poco ética subleva a Don Antonio y a Don Pablo, por lo que ambos consideran preferible mantener bajo el SMI, e incluso, en la medida en que se pueda, rebajarlo incluso un poco más con el fin de tranquilizar sus conciencias. (Es lo que dice Don Pablo Casado que se propone hacer cuando llegue por fin al gobierno de la nación: lo primero, bajar los impuestos; lo siguiente, bajar el SMI. Están ustedes avisados.)

Quizás, puestas las cosas en esa tesitura, les sorprenda a ustedes la noticia de que el Congreso se apresta a votar una subida del 2% del sueldo de los diputados para 2022. Ustedes se dirán (tal vez) que, o todos moros, o todos cristianos. Nada más lejos de la realidad. La gracia del asunto es que existan moros y existan también cristianos, y se trate a unos y a otros de manera no ya diferente, sino opuesta.

Porque el trabajo, estamos hartos de oírlo, es un bien escaso. No hay trabajo, y con muchas dificultades se consigue repartir lo poco que hay en empleos temporales y minúsculos en cada uno de los cuales se deja caer una dosis homeopática de salario. ¿Lo han entendido ya?

Vamos entonces, si gustan, a trasladarnos a un plano diferente de la realidad. Nos estábamos moviendo en el cielo de la macroeconomía, el paraíso del Big Data y de los tantos por ciento por término medio; bajemos ahora a considerar la microeconomía, que es como decir la tierra humilde que nos sustenta y nos da sustento.

En el año 2021 se ha acelerado el cambio climático, una variable despreciada en las oficinas de las grandes corporaciones. El clima no tiene traducción en el PIB, por lo que su valor financiero es indetectable. Para decirlo con crudeza, el valor del clima es igual a cero patatero. Llueva o luzca el sol, haga frío o calor, la ley del beneficio empresarial se mantiene impertérrita.

Estamos capeando, sin embargo, el temporal de una pandemia. Solo en España, el “exceso total” de muertes por covid (es decir, la mortalidad añadida a los parámetros normales de defunciones en años anteriores) está siendo de 100.619 personas. Los contagios decrecen, pero ahora afectan a personas más jóvenes. Los niños, dicen los medios informativos, ocupan ya el primer lugar en contagios, por grupos estadísticos de edad.

Ha habido una necesidad ingente de trabajadores de la sanidad en los momentos más duros del contagio. También de otras categorías de trabajo estrictamente indispensables en una emergencia de este tipo, como la limpieza. La labor de esas personas empleadas ha sido heroica. Les aplaudíamos desde el balcón a las ocho de la tarde. Ahora que la curva de ingresados en centros hospitalarios desciende, están siendo despedidas, sin indemnización en la mayoría de los casos. Aunque no es difícil pronosticar que volveremos a necesitarlas pronto, y aunque la salud y la higiene no son derechos de quita y pon para la ciudadanía.

No tengo cuantificación de los daños por inundaciones, derrumbes y retrocesos en la línea costera, más otros destrozos debidos a una meteorología anómala que sin embargo se está haciendo habitual. Sí tengo datos precisos sobre incendios en 2021: han sido, desde el inicio del año, 7.244, y han consumido 75.548 hectáreas de terreno, desde el Cap de Creus hasta Sierra Bermeja. Comentaba El País que se trata de “uno de los peores años del último lustro”.

Sin comentarios. No pongan ustedes en la cuenta del año los efectos de la erupción de Cumbre Vieja en la isla de La Palma, dado que ha sido efecto, no del cambio climático, sino de la geología de siempre, la que hemos estudiado todos en la escuela pero que los negacionistas se resisten de todos modos a aceptar. Para los negacionistas, viviríamos en el mejor de los mundos si no se empeñaran en estropearlo, con todas estas erupciones y pandemias “ful”, el presidente Sánchez, los comunistas y las mesnadas de Podemos.

Negacionistas aparte, remediar tantos contratiempos sobrevenidos en la sanidad, en el medio ambiente y, más en general, en la calidad de vida; dar sostenibilidad a nuestros recursos naturales, y asegurarnos un futuro mejor, parecen tareas necesitadas de una gran cantidad y calidad de trabajo real, socialmente útil, inteligente en ese sentido que hace torcer el gesto a Don Cos, Don Garamendi y Don Casado, los cuales estiman la inteligencia como un don innato de las élites jurídicas, económicas y financieras, y la niegan por principio a una ciudadanía capaz de votar al presidente Sánchez, a los comunistas y a las mesnadas de Podemos.  

Habría un gran fondo de empleo disponible en la perspectiva, entonces. Nuestros universitarios lo han celebrado en este inicio de curso con un botellón que ha reunido a 8.000 participantes en Barcelona, y a 25.000 en Madrid, que por algo es la punta de lanza de nuestra modernidad.

No pretendo ser agorero pero, o rectificamos deprisa, o vamos arreglados.