miércoles, 29 de septiembre de 2021

EL PAÍS DE LAS MARAVILLAS

 


Alicia tomando el té con el Sombrerero Loco, la Liebre de Marzo y el Lirón. Ilustración de John Tenniel del libro de Lewis Carroll.

 

Para los/las mitómanos/as, el marco es el mensaje. Dicho con un poco más de claridad, la expresión de su deseo es siempre igual a sí misma, pero no les parece lo mismo si el escenario, en lugar de ser el Madrid o el Waterloo de costumbre, pasa a ser Washington o el Alghero, depende del caso. La patria está allí donde se dirigen los anhelos; los de Puigdemont viajan hacia una Gran Catalunya de ensueño, retrocedida varios siglos en relación con una realidad prosaica en la que los Tercios antaño invencibles se estrellan 3-0 en un estadio de Lisboa; los anhelos de Alicia Díaz Ayuso vuelan en cambio hacia el País de las Maravillas, una utopía donde le es posible en sueños perseguir al escurridizo Conejo Blanco, tomar el té con el Sombrerero Loco y dejarse sonreír por el Gato de Cheshire. Washington, en una palabra.

En el País de las Maravillas, por cierto, no despertó una gran expectación la visita precipitada de Alicia Ayuso, una niña que crecía y menguaba según el lado del hongo que mordisqueaba. Vista por Telemadrid era grande y poderosa; en la CNN, tan diminuta que pasó enteramente inadvertida.

Del otro lado del espejo, Carles el Carlí era un objeto del deseo del juez Llarena, su amigo/enemigo íntimo, y en cambio un fulano enteramente intrascendente para la judicatura sarda, que se limitó a devolverlo a los corrales de un plumazo, por falta de trapío seguramente.

Los dos, Alicia y Carles, se habían desplazado de sus domicilios habituales respectivos para repetir los mismos cantos de sirena de todos los días en un marco concebido para revestirlos de un prestigio nuevo. Pero todo el prestigio que han podido conseguir es el que llevaban ya bien plegado en su equipaje; nadie salvo ellos mismos y su entorno directo les ha hecho el menor caso.