domingo, 12 de septiembre de 2021

TEMPLOS Y PISTACHOS EN EGINA

 


Egina no aparece en ningún ranking de bellezas isleñas griegas, pero no es de ninguna manera despreciable. Tal vez la comodidad de su visita (está a hora y media corta en ferry desde El Pireo, y desde toda la fachada norte se divisa a la distancia la aglomeración de Atenas) juegue en definitiva en su contra a la hora de las preferencias; los humanos apreciamos más las cosas a las que cuesta mucho llegar. Pero, como le ocurre a Salamina, son muchos los atenienses que tienen en la isla una segunda residencia, o bien se embarcan con su coche particular y pasan aquí algún fin de semana o día señalado.

Es justo lo que hicimos nosotros ayer. Tomamos temprano el primer ferry, y realizamos nuestro particular inicio de cántico en el templo, en el de Afaea (muchos prefieren decir Afaya, que queda más eufónico). Después regresamos a la capital de la isla para una visita minuciosa al Museo Arqueológico, que está en el mismísimo yacimiento de Colona, una aglomeración de viviendas, locales y templos que se remonta al neolítico y, siguiendo todas las fases de la civilización helénica (arcaico, preclásico, clásico, etc.), siguió siendo habitada en época romana e incluso bizantina. El nombre se lo pusieron marinos italianos que tomaban como referencia para la navegación las columnas del templo de Apolo, que domina desde lo alto de un montículo las rutas marítimas del golfo Sarónico. Hoy queda solo una columna, muy característica, partida al bies de forma que semeja un cuchillo apuntado al cielo.

Después de la visita arqueológica, hicimos una buena comida griega en una taberna en la que tenían, como es de rigor, unos pulpos colgados y puestos a secar al sol; y nos dedicamos a callejear por la ciudad, entre los cientos de nuevas terrazas reconvertidas, y a comprar pistachos de diferentes modalidades. Los de aquí son los mejores del mundo mundial, ya sean crudos, tostados, salados, garrapiñados o en pasta. Todo el norte de la isla está plantado de campos de pistacheros, que alternan con los olivos y a veces se barajan con ellos.

Y para hacer tiempo hasta el regreso, nos chapuzamos con el sol ya en descenso en la playa de un lugar que no llegamos a precisar bien, al este de Souvala. Las evoluciones de las gaviotas acompañaron a nuestro ferry en la corta travesía de vuelta, durante la cual se encendieron todas las luces urbanas de Atenas y El Pireo.

 


Incluyo tres fotos del templo de Afaea, visto desde el sur (arriba), el este (centro) y el oeste (abajo). He leído que en tiempos clásicos formó parte de un “triángulo sagrado” con el Partenón de Atenas y el templo de Posidón en Sounio. A mí me parece especulación ociosa lo del triángulo, como si las mediciones de las distancias y las figuras geométricas sobre un mapa dieran un peso mayor a las creencias religiosas. Hubo muchos centenares de templos no menores dentro y fuera de ese “triángulo”, de cualquier forma; cada localidad tenía uno o más. Pero el templo de Afaea fue grande y hermoso, de orden dórico, construido con mármoles de Paros. Hubo de ser muy visitado en la antigüedad, y sigue siendo singular por varias razones: los relieves de sus frontones, que hoy están expuestos en la Gliptoteca de Munich, por ejemplo. Y la existencia de un “piso alto”, también con columnas, para sostener la cubierta, más alta y angulada que la de otros templos de referencia, por ejemplo el mismo Partenón.