La “Muchacha leyendo una carta” de Vermeer de Delft, antes de su restauración y en el curso de la misma. Fuente,
Colecciones Estatales de Arte, de Dresde.
Una restauración que ha
durado dos años y medio ha permitido a las Staatliche Kunstsammlungen de Dresde
devolver al público la integridad de una pintura de Johannes Vermeer tal y como
fue pintada por el artista. Se trata de la “Muchacha leyendo una carta”
(1657-59), una obra de un encanto especial, de uno de los artistas punteros del
barroco burgués europeo.
Una cortina de color verde
se descorre hacia la derecha ante nuestros ojos, dejándonos atisbar parcialmente
un espacio íntimo ocupado por una sola persona, una mujer joven. En primer plano,
frutas colocadas en un plato de cerámica, sobre un tapete historiado. Más allá,
la muchacha se arrima a la ventana en busca de luz para leer una carta. El
rostro de la muchacha aparece serio, concentrado en la lectura; lleva el
cabello, bien peinado, recogido en un moño con redecilla, y su vestido a la
moda engama con el color de la cortina de terciopelo.
La pared del fondo ha sido
durante muchos años de un blanco liso. El tema de la carta podría haber sido
cualquiera, si bien la actitud de la lectora y su presencia ─se supone que
voluntaria y buscada─ en un espacio recogido (una habitación propia, como
habría dicho la Woolf), dejaban suponer una implicación sentimental entre la
lectora y la persona que escribió el billete.
Todas esas suposiciones se
han visto confirmadas cuando los restauradores de la institución vieron por los
rayos X, oculto debajo de la pintura blanca del fondo, un tapiz con un Cupido
de buen tamaño que preside toda la escena con su autoridad divina.
Se creyó inicialmente en
un “arrepentimiento” del propio pintor, pero los instrumentos de datación
revelaron que el tapiz era de mano del artista, y el blanco que lo ocultaba
había sido añadido varias décadas después. Algún propietario timorato encontró
hermosas la escena y composición, pero inconveniente la figurilla prepotente
del dios desnudo.
El sentido transparente que
prestaba la presencia de Cupido a la lectura plasmada por el artista fue “opacado” mediante un “velo”
blanco convenientemente dispuesto; una especie de hiyab preventivo de malos pensamientos. Los beaterios no son muy
distintos en Dresde y en Kabul; se trata en todos los casos de esconder todo lo
que la naturaleza deja patente, bajo una capa de religión dirigida a
oscurecerlo todo.