miércoles, 8 de septiembre de 2021

EL TRIUNFO DEL SUCEDÁNEO



Encuentro inesperado ayer, en el mercadillo de Egáleo. “¡Cancillera!”, saludé, y ella me dirigió una mirada triste. “Yo no cancillerra, dijo, usted no Herr Gottráiguetz, ciruelas moradas no ciruelas, todo kaputt.” Nos giramos los dos de espaldas, y seguimos nuestro paseo cada cual por su lado, en solitario.

 

La realidad real es la única que existe, desconfíe de las imitaciones. La hemos llamado “analógica” y le hemos colocado al lado otra “realidad”, la virtual, para mudar ágilmente de contexto siempre que nos conviene. Háganme caso: esa operación no sirve de nada.

La realidad virtual no es más que un sucedáneo que utilizamos como subterfugio (lean la última frase dos veces, antes de seguir). Los ejemplos abundan: Carlos Lesmes es un subterfugio; Pablo Casado, un mero sucedáneo; Pablo Iglesias probablemente también lo era hasta que se cansó y se dedicó a comentarista político, lo que no deja de ser otro subterfugio un poco más alambicado.

La República catalana es un sucedáneo. El Puchi y la Laura hacen la garagara como si hablaran de cosas serias y ellos mismos fueran estadistas de cuya decisión última depende la operatividad del vital cordón umbilical consistente en una mesa de diálogo bilateral que tal vez permitiría a España hacerse perdonar sus prolijos desvíos. No es así, les doy mi palabra.

Jordi Cuixart ha hecho su parusía particular en el skyline catalán y se ha declarado ampliamente dispuesto a salvar a la humanidad. Es un bocazas, no le hagan caso.

Hemos llegado a un grado de solipsismo tan sofisticado, que asusta. No nos interesa la realidad real, esa que todas las mañanas nos trae noticias desagradables. Solo los sucedáneos nos dan entera satisfacción. En “La Vanguardia” leí ayer el titular de una noticia cuyo contexto ignoro por completo; el titular era el siguiente: «El culturista que se casó con una muñeca hinchable afirma ahora haberse enamorado de un cenicero.»

Bueno, ser culturista no está mal para empezar; contraer matrimonio con una muñeca implica dimensiones inéditas de solipsismo, y traicionar al artefacto en cuestión con un cenicero que probablemente ni siquiera es hinchable, revela ya un despegue total de la realidad, un vuelo virtual enteramente libre, un negacionismo ilimitado, más allá de terraplanismos y de problemas con las vacunas. Alcanzado ese punto, al catecúmeno en Ciencias Sucedáneas solo le queda refugiarse en la caverna de Platón (vaya otro…), y ver reflejarse en el muro las sombras como si fueran ideas.

El último supuesto mencionado parece decididamente inverosímil, pero en los laboratorios donde se estudia la evolución de los parámetros del movimiento independentista catalán, podría llegarse en breve a conclusiones muy parecidas.