jueves, 2 de junio de 2022

SÚNION!



Imagen nocturna del templo de Súnion iluminado, con la Superluna al fondo.

 

Súnion! T'evocaré de lluny amb un crit d'alegria,

tu i el teu sol lleial, rei de la mar i del vent…

Carles RIBA, “Súnion!”

 

He leído que el templo de Posidón, en el abrupto peñasco de Súnion que se adentra en el mar en el extremo sudoriental del Ática, fue en tiempos el tercer vértice de un triángulo sagrado formado además por el templo de Atenea en la Acrópolis de Atenas (el Partenón), y el templo de Afaya en la isla de Egina, que estaba consagrado inicialmente a Zeus, lo que completaría la tríada de divinidades protectoras de la polis de Atenas. Siglos más tarde, sin embargo, sería Atenea la diosa venerada en Afaya.

Dejando, pues, a un lado la cuestión de si fue consciente o no esa constitución de un triángulo, mágico como el de las Bermudas, de alerta temprana ante posibles merodeadores hostiles, Súnion aparece en sí mismo como un símbolo completo, de una enorme fuerza sugestiva. El templo está dispuesto en un eje este-oeste, de modo que todas las tardes el sol poniente queda atrapado entre las columnas dóricas del frontal. Y en lo alto del acantilado vertical que mira al sur, aparece marcado el lugar desde donde, según la tradición, se arrojó el rey Egeo al abismo.

Su hijo, el héroe Teseo, había partido de Atenas en un barco aparejado con velas negras, para tratar de liberar a su pueblo del pesado tributo que obligaba a destinar anualmente siete varones y siete doncellas para alimento del Minotauro de Creta. Dejemos a un lado, de nuevo, la veracidad del tema de fondo; en la Grecia antigua, cada aedo reinventaba los mitos de la comunidad, en muchas ocasiones de forma contradictoria o enrevesada. La existencia del Minotauro – fruto monstruoso de la pasión insana de la esposa del rey cretense Minos por un hermoso toro – y su conducta caníbal tiene todo el cariz de propaganda bélica, en una época de irrupción o invasión de los dorios en una geografía hegemonizada hasta entonces por pueblos de una civilización más alta. La “posverdad” no es un invento reciente. Siempre se ha utilizado el expediente fácil de acusar al enemigo de bárbaro y de inhumano, para justificar las barbaridades e inhumanidades propias.

En cualquier caso, la leyenda dice que Teseo tenía instrucciones de mantener las velas negras en el regreso a Atenas si había fracasado en su empresa, y de cambiarlas por velas blancas si había tenido éxito; para que su padre pudiera disfrutar de la victoria desde la primera ojeada.

Pero el héroe era, ay, olvidadizo. Lo demostró al dejarse olvidada en Naxos a Ariadna, la hija de Minos, enamorada de él, que le suministró el hilo que le orientó en el Laberinto de Cnossos y le permitió estoquear a la fiera allí encerrada. Y volvió a demostrarlo al no cambiar las velas de su nave después de consumada la hazaña sangrienta. Egeo, que vio llegar la nave solitaria de luto riguroso, no pudo soportar el dolor y saltó desde lo alto del peñasco. Los dioses convirtieron entonces su cuerpo destrozado en una guirnalda de islas que se extendió por toda la extensión del mar que desde entonces recibió el nombre de Egeo.

Créanlo, o no. Pero no olviden ustedes, pobres Teseos de suburbio, acudir a Súnion una vez al menos en la vida, para sentir la fuerza del sol, el viento, la piedra y el mar, que no se parecen a los de ningún otro lugar, y dejarse acariciar por un soplo efímero de inmortalidad.