sábado, 13 de septiembre de 2014

EN LOS CERROS DE ÚBEDA




Úbeda y Baeza no serían lo que son sin la aportación de Don Francisco de los Cobos y Molina, secretario imperial del césar Carlos V, y del arquitecto Andrés de Vandelvira. Serían de todos modos dos ciudades considerables, bien enraizadas en su tierra y en la historia con sus ciclos sucesivos de esplendor y de decadencia, como muchas otras poblaciones de su misma o parecida geografía. De los Cobos, en su función de mecenas, y Vandelvira, como constructor, les han dado algo más, una pátina y un brillo inconfundibles, al modo como los Tito, estirpe de alfareros de Úbeda, dan a sus platos y a sus tinajas de formas perfectas ese baño metálico que resulta después de horneado en un vidriado de un verde intenso y oscuro que no se parece a ninguna otra cosa.

Son Úbeda y Baeza, pero también Sabiote, Ibros, Canena, Villacarrillo, y otras poblaciones aún de la comarca de la Loma y Las Villas. El mecenazgo de Cobos tuvo continuación en el de su sobrino Juan Vázquez de Molina, y el maestrazgo de Vandelvira en otros artífices y maestros de obras que llegaron aquí a su llamado y prolongaron su obra o plasmaron sus trazas cuando él faltó. En los tiempos en que Cobos, por las repetidas ausencias de su emperador, era el hombre más poderoso de España, sus excursiones desde la corte para supervisar los progresos de las grandes obras que había emprendido y descansar a gusto en su tierra natal, desesperaban a la larga caterva de arbitristas y de solicitantes de todo tipo que aguardaban audiencia en las antesalas. Ya se nos había ido otra vez Don Francisco «por los cerros de Úbeda».

Más de ochenta años antes que Cobos, el humanista, filósofo, alquimista y papa Eneas Silvio Piccolomini había dado en la flor de eternizar su nombre a través de la construcción de una ciudad ideal, y para ello derribó más de tres cuartas partes de las edificaciones de su aldea natal, Corsignano, en la provincia de Siena, y encargó al arquitecto Bernardo Rossellino la traza y la construcción de un Duomo, un Palazzo Comunale, una residencia adecuada para él (Palazzo Piccolomini) y otros edificios dispuestos según un plano urbanístico geométrico, proporcionado y cuidadoso con los distintos equilibrios y jerarquías sociales. Bautizó a aquel sueño de la razón con el nombre de Pienza, que conserva el pueblo en la actualidad, en honor a sí mismo, que había elegido llamarse como pontífice Pío II. Cobos tuvo una visión no menos fabulosa, pero no cayó ni en la egolatría ni en la fanfarria del italiano. No rebautizó a Úbeda como Cobeña; no cercenó la tradición antigua ni la historia viva de las dos poblaciones vecinas de la Loma; respetó su fisonomía medieval, sus muros, sus viviendas, sus plazas y calles, sus monumentos; y enriqueció ese tejido urbano secular con un esplendor nuevo coherente con la época nueva que vivía el reino. No fue seguramente Cobos tan filósofo como Piccolomini, pero sí, sin duda, más sabio.

Tres días representan un tiempo muy corto para alcanzar a ver todo lo que solicitaba nuestra curiosidad, pero Carmen y yo estamos contentos de haber cumplido un deseo que se remonta a más de diez años atrás. En 2003 Úbeda y Baeza fueron incluidas en el patrimonio mundial de la UNESCO y ese mismo año proyectamos hacer una visita a las dos ciudades con mi hermano Juan, que era entonces arquitecto de la Junta de Andalucía. Su enfermedad echó por tierra nuestros planes. Aquel viaje ha contado ahora con la guía permanente de su recuerdo.


(En la fotografía, Carmen observa el trabajo de Paco Tito, en el alfar-museo de éste en Úbeda.)