Estoy convencido de que cumplir setenta años es una (cuasi)
hazaña (cuasi) deportiva, algo así como saltar con pértiga 5,50 metros , y sólo
puede llevarse a cabo con un entrenamiento intensivo adecuado; de modo que he
empezado a tomar medidas drásticas al respecto. Una de las principales va a ser
la relectura de De Senectute, no por el pelma de Cicerón sino
por el hermoso ensayo introductorio que para la edición que yo poseo escribió
mi cuñado José Manuel Ribera, catedrático de Geriatría.
Mientras me pongo a ello, he rebuscado entre los papeles que
guardo en mis carpetas en busca de una entrevista de Eugenio Scalfari a
Vittorio Gassman y Marcello Mastroianni que salió en El País Semanal. La he
encontrado. La fecha de publicación es el 1 de septiembre de 1996. Scalfari y
Mastroianni tenían entonces 72 años, y Gassman 74. Mastroianni moriría tres
meses y medio después, el 19 de diciembre de aquel mismo año; Gassman, a
finales de junio del 2000. Scalfari sigue en el mundo. La traductora, Esther
Benítez, aún no había cumplido los sesenta entonces; nació en 1937 y falleció
prematuramente (qué tontería acabo de escribir: ¿quién no fallece
prematuramente?) en 2001.
Releer un texto, que uno conoce bien, a tanta distancia temporal
conlleva sorpresas. Encuentras todas o casi todas las cosas que recordabas,
pero a veces con cambios significativos respecto de como las recordabas. Y
también afloran cosas que en la primera lectura no te habían llamado la
atención de forma particular, y que ahora se transmutan hasta convertirse en lo
más esencial y significativo (por lo menos hasta la siguiente relectura).
Pongo ejemplos de las dos transmutaciones. De la primera.
Mastroianni hace una declaración que en mis recuerdos yo atribuía a Gassman.
Pregunta Scalfari: «Cuándo
decidieron ser viejos?» Y
responde Marcello: «¿Decidido?
Eso no se decide, te cae encima cuando menos te lo esperas. En cierto momento
te empiezan a llamar maestro. Maestro ¿de qué? Y me contestan: “Es por
respeto”. Maestra será tu madre, me dan ganas de decirles…»
De la segunda. He aquí dos retazos de conversación de los que no
guardaba recuerdo, que me han llamado en particular la atención en la
relectura, y que suscribo con convicción y entusiasmo. El primero es nada menos
que una propuesta de enmienda a la
Creación.
«G.: Lo único que le reprocho al Padre Eterno, sobre el cual
tengo ideas confusas aunque tiendo a creer en su existencia, es habernos dado
una vida demasiado corta y demasiado única. Es decir, yo habría pedido por lo
menos dos vidas.
M.: Dos, pero conservando el recuerdo de la anterior.
G.: Claro, Marcello, si no, ¿qué ventaja tendría?»
El segundo es todo un programa de vida a los setenta:
«S.: ¿Puedo hacer una última pregunta? ¿Cuál es el mejor aspecto
de la vejez?
Responde Mastroianni por los dos, mientras el otro asiente:
M.: Ser por fin libres. Libres de decir y hacer lo que sea,
total ya nadie nos puede quitar nada.
S.: ¿Y los complejos de culpa? Esos, si aún existen, limitarán
su libertad.
G.: Créame, cuando se es realmente viejo los complejos de culpa
ya se han ido. Aun más, su desaparición es la verdadera señal de que ha
empezado la vejez.»