lunes, 29 de septiembre de 2014

NO TANTA BANCA, POR FAVOR


Leo en las páginas sepia de El País del domingo que en el sistema financiero español los flujos financieros son canalizados mayoritariamente por bancos, a diferencia de otros países no precisamente de segunda fila: el Reino Unido y los Estados Unidos, por ejemplo. Cuenta el editorialista que la crisis ha generado a partir de 2007 un endeudamiento “intenso” de familias y empresas españolas hacia las instituciones bancarias, y que los problemas de liquidez y de solvencia de éstas, en una etapa de reestructuración profunda, han producido como resultado que «la función de intermediación bancaria dejó de cumplirse de forma satisfactoria.»

El fondo descarnado de lo que se nos explica con un lenguaje eufemístico y cuidadoso con las normas de la corrección política, es que en una situación de crisis aguda la banca – monopolizadora práctica del crédito del país – ha atendido con preferencia a sus propias necesidades internas, a costa de asfixiar a familias y empresas. Dicho con las palabras del citado editorial de El País: «El sistema bancario resultante de esta crisis está mucho más concentrado: concede menos poder de negociación a las empresas de menor dimensión … El crédito no crece y su coste es significativamente superior al promedio vigente en la eurozona.»

Por descontado, no está de más en este trance seguir la pauta que predica el editorialista, es decir, utilizar y crear en su caso fuentes alternativas de financiación para la economía real, en especial para las pymes y el tercer sector. Pero eso no debe ocultar el hecho, gravísimo, de que unas instituciones financieras, cuya función declarada es suministrar un servicio a la sociedad, han pasado en la práctica a servir en exclusiva a la corporación. Incluso acaparando y absorbiendo para ello, en la reciente reestructuración llevada a cabo de una forma atropellada más que acelerada, muchos miles de millones de dinero público. Con métodos abusivos, ilegales y no amparados por la constitución que tanto se esgrime en otros terrenos; y con una irresponsabilidad absoluta hacia quienes hemos sido obligados, por unos gobiernos cómplices en el desafuero, a pagar la factura del tremendo estropicio.

No es arriesgado vaticinar que por ese camino nuestro sistema bancario va a morir de éxito. En tanto que instituciones de intermediación, nuestros bancos y cajas dependen de forma directa de los flujos de la economía real, y sin embargo están estrangulando a la economía real. Su existencia es un lujo estéril, un delirio inútil para nadie salvo para sus consejos de administración, protegidos por blindajes contractuales sin lógica ni justificación posible, y que nos salen carísimos a todos.

En el nuevo paradigma en el que se vieron precipitados debido a un cambio climático drástico, los dinosaurios murieron por falta de adaptación. Habían sido diseñados para un entorno de abundancia de alimento, y no pudieron evolucionar a tiempo para sobrevivir a un largo período de escasez. De forma parecida, en el paradigma productivo y económico nuevo en el que nos encontramos, todo apunta a la necesidad de mayor flexibilidad, dinamismo, diversificación, autonomía amplia para la toma de decisiones, capacidad de respuesta en tiempo real y capacidad de previsión a largo plazo. En cambio, la banca se ha reestructurado a partir de la idea de la acentuación de los rasgos monopolísticos, del poder por el poder, de la parsimonia en el crédito y la cautela en las inversiones, en la creencia de que sólo los mastodontes podrán sobrevivir en las nuevas condiciones. Pues qué bien. En el futuro cementerio de bancos, los nuestros van a ser los más grandes y los más ricos. Antes, claro, nuestra economía productiva les habrá precedido en el doloroso tránsito, con la diferencia de que ella habrá muerto por consunción, por la inanición más absoluta.