Montar candidaturas municipales de oposición con cara y ojos,
capaces de devolver la ilusión a una ciudadanía indignada, puteada tanto desde
la derecha como desde la izquierda, no es cualquier cosa. Parece imprescindible
seguir algunas reglas básicas. Javier Terriente las ha detallado en ¿Frente de izquierdas? No, gracias, y ha expuesto además un esbozo serio y
argumentado de proyecto de plataforma común, válido para las distintas
geografías y sensibilidades presentes en el país. No tengo nada que añadir ni
enmendar a lo que él ha dejado escrito; todo lo más, me gustaría hacerle la
ola.
Se desprende del texto de Terriente que no funcionan, para el
caso, ni una sopa de siglas de partidos que se reclaman de la izquierda para
luchar «contra la derecha», ni la misma cosa aderezada con una marca blanca y
la concesión de algunas concejalías a los movimientos sociales. Una prenda de
vestir montada con hilvanes apresurados se descose con demasiada facilidad, y
la tarea de regenerar la vida democrática en las ciudades es ingente. Conviene
además no olvidar que equipos de gobierno que se reclamaban de la izquierda han
tenido responsabilidades concretas en el mal gobierno municipal en determinados
lugares.
Para regenerar, es necesario ir primero al fondo de los
problemas, y luego emerger de ahí con propuestas nuevas, muy pensadas, muy
compartidas, defendidas por personas también nuevas. Este es seguramente el
momento de que los partidos políticos con presencia en ayuntamientos y
consistorios den un paso atrás y asuman un perfil bajo en la campaña que se
avecina. Convendría dar entrada en las cabeceras de las listas, y protagonismo
principal en la campaña, a candidatos que sean, si no activistas directos, sí
por lo menos personas que por sus capacidades y su trayectoria cuenten con la
plena confianza de los movimientos sociales. Unas elecciones guiadas por el
objetivo de la regeneración democrática habrán de dar voz a los que no la
tenían, y representación a todo lo que quedó preterido y marginado por una
situación municipal anterior orientada en muchos casos al lucro rápido de las
oligarquías locales y de unos equipos de gobierno puestos incondicionalmente a
su servicio.
Se me ocurre que a los sindicatos les corresponde un papel
particular en esta función, si de verdad están dispuestos a participar y
asumirlo. No como candidatos directos, claro, sino en la elaboración de los
programas concretos de gobierno y en la amalgama de las distintas inquietudes y
voluntades de cambio.
Porque el tema del trabajo – del trabajo que falta en primer
lugar, y también de las condiciones en que se realiza el trabajo existente –
debería ocupar un lugar central en la transformación democrática de los
municipios del país: bolsas de trabajo, asesoramiento y formación + reciclaje
para los parados, iniciativas de microfunding y préstamos a largo plazo con
intereses moderados para el montaje de cooperativas y de otras experiencias
adscribibles al tercer sector de la economía. Y también, en cuanto al trabajo
ya existente, reivindicaciones en temas de estabilidad laboral, seguridad e
higiene, contaminación ambiental, calidad de vida dentro y fuera de los ecocentros
de trabajo. Arrimar todos el hombro es ineludible en esta situación. Tanto más
porque los resultados, buenos o malos, del trabajo desarrollado en esa
perspectiva, habrán de ser ponderados y valorados después en foros y asambleas
reales o virtuales. Y los sindicatos necesitan ese contraste y diálogo
permanente con sus bases actuales y potenciales, y un balance realista, asumido
y compartido por todos los interesados, del resultado de las estrategias
puestas en juego en relación con el territorio, con las empresas y con los
distintos sectores de la economía. No hay elección; es eso o bien verse
aculados contra la barrera, bajo un nuevo paradigma de la producción que no les
está siendo precisamente favorable hasta ahora.
Radio Parapanda. UMBERTO
ROMAGNOLI ANALIZA LA REFORMA LABORAL ESPAÑOLA