viernes, 26 de septiembre de 2014

REGENERAR LA VIDA DE LAS CIUDADES


Montar candidaturas municipales de oposición con cara y ojos, capaces de devolver la ilusión a una ciudadanía indignada, puteada tanto desde la derecha como desde la izquierda, no es cualquier cosa. Parece imprescindible seguir algunas reglas básicas. Javier Terriente las ha detallado en ¿Frente de izquierdas? No, gracias, y ha expuesto además un esbozo serio y argumentado de proyecto de plataforma común, válido para las distintas geografías y sensibilidades presentes en el país. No tengo nada que añadir ni enmendar a lo que él ha dejado escrito; todo lo más, me gustaría hacerle la ola.

Se desprende del texto de Terriente que no funcionan, para el caso, ni una sopa de siglas de partidos que se reclaman de la izquierda para luchar «contra la derecha», ni la misma cosa aderezada con una marca blanca y la concesión de algunas concejalías a los movimientos sociales. Una prenda de vestir montada con hilvanes apresurados se descose con demasiada facilidad, y la tarea de regenerar la vida democrática en las ciudades es ingente. Conviene además no olvidar que equipos de gobierno que se reclamaban de la izquierda han tenido responsabilidades concretas en el mal gobierno municipal en determinados lugares.

Para regenerar, es necesario ir primero al fondo de los problemas, y luego emerger de ahí con propuestas nuevas, muy pensadas, muy compartidas, defendidas por personas también nuevas. Este es seguramente el momento de que los partidos políticos con presencia en ayuntamientos y consistorios den un paso atrás y asuman un perfil bajo en la campaña que se avecina. Convendría dar entrada en las cabeceras de las listas, y protagonismo principal en la campaña, a candidatos que sean, si no activistas directos, sí por lo menos personas que por sus capacidades y su trayectoria cuenten con la plena confianza de los movimientos sociales. Unas elecciones guiadas por el objetivo de la regeneración democrática habrán de dar voz a los que no la tenían, y representación a todo lo que quedó preterido y marginado por una situación municipal anterior orientada en muchos casos al lucro rápido de las oligarquías locales y de unos equipos de gobierno puestos incondicionalmente a su servicio.

Se me ocurre que a los sindicatos les corresponde un papel particular en esta función, si de verdad están dispuestos a participar y asumirlo. No como candidatos directos, claro, sino en la elaboración de los programas concretos de gobierno y en la amalgama de las distintas inquietudes y voluntades de cambio.

Porque el tema del trabajo – del trabajo que falta en primer lugar, y también de las condiciones en que se realiza el trabajo existente – debería ocupar un lugar central en la transformación democrática de los municipios del país: bolsas de trabajo, asesoramiento y formación + reciclaje para los parados, iniciativas de microfunding y préstamos a largo plazo con intereses moderados para el montaje de cooperativas y de otras experiencias adscribibles al tercer sector de la economía. Y también, en cuanto al trabajo ya existente, reivindicaciones en temas de estabilidad laboral, seguridad e higiene, contaminación ambiental, calidad de vida dentro y fuera de los ecocentros de trabajo. Arrimar todos el hombro es ineludible en esta situación. Tanto más porque los resultados, buenos o malos, del trabajo desarrollado en esa perspectiva, habrán de ser ponderados y valorados después en foros y asambleas reales o virtuales. Y los sindicatos necesitan ese contraste y diálogo permanente con sus bases actuales y potenciales, y un balance realista, asumido y compartido por todos los interesados, del resultado de las estrategias puestas en juego en relación con el territorio, con las empresas y con los distintos sectores de la economía. No hay elección; es eso o bien verse aculados contra la barrera, bajo un nuevo paradigma de la producción que no les está siendo precisamente favorable hasta ahora.