Fernando Savater
acota, en un artículo interesante sobre G.K. Chesterton aparecido hoy en elpais,
el siguiente pensamiento del ensayista inglés sobre la democracia: «He
ahí el primer principio de la democracia: que lo esencial en los hombres es lo
que tienen en común y no lo que los separa.» Savater apostilla a continuación:
«Aún no se había puesto de moda lo de que la mayor riqueza humana es la
diversidad y quincalla intelectual semejante…»
“Quincalla intelectual” es mucho decir, pero sí es cierto
que en la vida política actual se advierte una tendencia resistible a insistir
en lo que nos separa por encima de lo que es susceptible de unirnos. Esta
tendencia centrífuga es muy perceptible en los separatismos, y no tanto, aunque
se da de forma exactamente igual, en la intolerancia hacia las diferencias por
parte de unas mayorías que se postulan a sí mismas como unanimidades, más que
como unidades dialécticas.
En una democracia concurren, en efecto, individuos y
grupos marcados por una diversidad que es “riqueza humana” (no me atrevería a
decir que sea “la mayor” de las riquezas, pero es la que hay). El principal objetivo
político habría de consistir entonces en alcanzar acuerdos de síntesis relativamente
satisfactorios para todas las diversas partes confrontadas. Un tipo imperfecto
de decisión que suele darse en la vida de las democracias es la imposición de
un resultado cerrado (el paquete completo) a las minorías, por parte de la postura
mayoritaria. Ahí los más lo consiguen todo, y los menos se quedan sin nada de
lo que apetecían. Lo cierto es que un resultado solo puede ser democráticamente satisfactorio
en la medida en que incluya en la síntesis final todos los ingredientes de la
opción minoritaria que no son abiertamente incompatibles con la más votada.
Pero incluso en ese caso, la diversidad y el conflicto, como tales, existían
antes de la operación democrática, y siguen existiendo también después; no
desaparecen diluidos en la corriente mayoritaria. Y lo que convierte a la
democracia en superior a cualquier otro modelo de convivencia en sociedad, es
que toda decisión política es infinitamente revisable en el tiempo, porque en
la naturaleza de las cosas está el hecho de que las diversidades no son inmóviles,
las opiniones se mudan (por lo menos las de los sabios) y los conflictos se
desplazan y se modifican.
De lo que extraigo como conclusión que, siendo el
principio enunciado lúcidamente por Chesterton el primero y esencial de todo
talante democrático, el segundo principio también esencial es el mayor respeto intelectual
por la diversidad y por la pluralidad de posturas y de opiniones; sin cuyo
respeto resulta imposible ahondar en aquello que “nos une” a todos más allá de
nuestras diferencias evidentes.
Ítem más, la apostilla de Savater me parece una forma de
abominar de la diversidad, y en ese sentido contraria al recto principio
democrático, que promueve la empatía y la solidaridad entre quienes son diversos
en expectativas y reivindicaciones, pero estrictamente iguales, en cambio, en
derechos y en responsabilidades hacia el común. La democracia no es asunto
fácil. No es lo mismo predicarla que dar trigo.