sábado, 2 de diciembre de 2017

LO QUE NOS UNE Y LO QUE NOS SEPARA


Fernando Savater acota, en un artículo interesante sobre G.K. Chesterton aparecido hoy en elpais, el siguiente pensamiento del ensayista inglés sobre la democracia: «He ahí el primer principio de la democracia: que lo esencial en los hombres es lo que tienen en común y no lo que los separa.» Savater apostilla a continuación: «Aún no se había puesto de moda lo de que la mayor riqueza humana es la diversidad y quincalla intelectual semejante…»
“Quincalla intelectual” es mucho decir, pero sí es cierto que en la vida política actual se advierte una tendencia resistible a insistir en lo que nos separa por encima de lo que es susceptible de unirnos. Esta tendencia centrífuga es muy perceptible en los separatismos, y no tanto, aunque se da de forma exactamente igual, en la intolerancia hacia las diferencias por parte de unas mayorías que se postulan a sí mismas como unanimidades, más que como unidades dialécticas.
En una democracia concurren, en efecto, individuos y grupos marcados por una diversidad que es “riqueza humana” (no me atrevería a decir que sea “la mayor” de las riquezas, pero es la que hay). El principal objetivo político habría de consistir entonces en alcanzar acuerdos de síntesis relativamente satisfactorios para todas las diversas partes confrontadas. Un tipo imperfecto de decisión que suele darse en la vida de las democracias es la imposición de un resultado cerrado (el paquete completo) a las minorías, por parte de la postura mayoritaria. Ahí los más lo consiguen todo, y los menos se quedan sin nada de lo que apetecían. Lo cierto es que un resultado solo puede ser democráticamente satisfactorio en la medida en que incluya en la síntesis final todos los ingredientes de la opción minoritaria que no son abiertamente incompatibles con la más votada.
Pero incluso en ese caso, la diversidad y el conflicto, como tales, existían antes de la operación democrática, y siguen existiendo también después; no desaparecen diluidos en la corriente mayoritaria. Y lo que convierte a la democracia en superior a cualquier otro modelo de convivencia en sociedad, es que toda decisión política es infinitamente revisable en el tiempo, porque en la naturaleza de las cosas está el hecho de que las diversidades no son inmóviles, las opiniones se mudan (por lo menos las de los sabios) y los conflictos se desplazan y se modifican.
De lo que extraigo como conclusión que, siendo el principio enunciado lúcidamente por Chesterton el primero y esencial de todo talante democrático, el segundo principio también esencial es el mayor respeto intelectual por la diversidad y por la pluralidad de posturas y de opiniones; sin cuyo respeto resulta imposible ahondar en aquello que “nos une” a todos más allá de nuestras diferencias evidentes.
Ítem más, la apostilla de Savater me parece una forma de abominar de la diversidad, y en ese sentido contraria al recto principio democrático, que promueve la empatía y la solidaridad entre quienes son diversos en expectativas y reivindicaciones, pero estrictamente iguales, en cambio, en derechos y en responsabilidades hacia el común. La democracia no es asunto fácil. No es lo mismo predicarla que dar trigo.