Uno
Los Diarios de
Bruno Trentin, a los que ya he hecho alusión en varias ocasiones en estas
páginas, son de lectura fascinante pero difícil. Escribe para fijar sus propias
ideas, no para ser entendido por otros. Cuando habla de sí mismo, de sus
dificultades al frente del sindicato mayor de Italia, no se muerde la lengua ni
busca templar gaitas. Está luchando con todas sus fuerzas por cambiar unas
rutinas, por abrir perspectivas nuevas. En el curso de su mandato presentará
por dos veces la dimisión, la primera como táctica de desbloqueo y con rápida
reconsideración; la segunda, en junio de 1992, por una cuestión de principio, después
de firmar a contrapelo un acuerdo horrible con el gobierno Amato para no dejar
a la CGIL sola contra todos en el ojo del huracán de una crisis política y
económica. Cuando se va de forma definitiva, dos años después, lo hace sin
dimisiones ni chantajes emocionales; en un Congreso ordinario, después de ver cumplidos
los objetivos que se había fijado (el sindicato “de programa”), y dejando
asegurada una sucesión tranquila.
Los Diarios dejan
constancia de que Bruno se sintió muy solo en el ejercicio del poder. Solo
frente a personas como Fausto Bertinotti, que siguió al pie de la letra la
lógica del manual de las escisiones atacando por sistema todas las iniciativas de
la dirección, asegurando que su oposición frontal era “enriquecedora” para la
pluralidad democrática del sindicato, y acusando a Trentin de no ser el
secretario general de todos sino nada más el capocorrente mayoritario. Pero se sintió solo también frente a grandes amigos
como Pietro Ingrao, que no alcanzó a comprender a fondo ni las propuestas organizativas
de Trentin ni sus razones últimas.
Son páginas que me
han traído recuerdos muy punzantes de mi propio paso por los estamentos de dirección de las
Comisiones Obreras catalanas. En todos los conventos los problemas de los
frailes se parecen, los conflictos tienen un aire de familia inconfundible. La
incomprensión, la negativa sistemática, el retorcimiento mezquino de cualquier
afirmación emanada desde la mesa, el mors
tua vita mea. Todo ello ha formado parte de una manera determinada de
practicar la política, tanto entre las corrientes sindicales minoritarias como
en las mayoritarias. Un contraveneno eficaz puede ser, en tales casos, fijarse
personalmente no solo los objetivos de cambio o de avance (limitados, por
supuesto), sino también los límites temporales prudentes para la prestación.
Trentin lo hizo así. En 1994 dejó la secretaría general, y entonces hubo de hacer
frente con estoicismo al vacío absoluto de lo que había llenado hasta ese
momento su vida y sus esfuerzos, hasta el punto de saturación y de una manera
absorbente.
Dos
Muchos años después
Roberto Chavero, cuyo nombre artístico era Atahualpa Yupanqui, pasó por Montiel
(en la región de Entrerríos), donde había tenido por un tiempo trabajo, amigos,
vida. Dejó constancia del evento en una canción cuyo intríngulis se resume en
su primera estrofa, todas las demás son comentarios colaterales: Pasé de largo por Tala, / detenerme ¿para
qué? / De nada sirve un paisano / sin caballo y en Montiel.
Por qué no confesarlo,
esa canción fue durante años mi favorita absoluta. La tengo en una versión de
Jorge Cafrune, y la estuve poniendo casi cada día, en el rincón de trabajo de mi
casa, mientras me dedicaba a traducciones literarias no muy bien pagadas.
El cantor reconoce
el paisaje de otros tiempos: Barro negro
y huellas hondas, como endenantes hallé.
Recuerda también a
viejos amigos: Climaco Acosta ya ha
muerto, / Cipriano Vila también: / dos horcones entrerrianos / y una amistad
sin revés. / Por eso pasé de largo, / detenerme ¿para qué?
Yo lo cantaba así: Cipriano García ha muerto, / Francisco
Puerto también, / y a José Luis López Bulla / lo han llevado al Parlament.
Canta Atahualpa en
la última estrofa: En la orilla
montielera / tuve un rancho alguna vez. / Lo habrá volteado el olvido, / será
tapera, no sé… / Por eso pasé de largo…
Y yo: En la Ronda de San Pedro / tuve despacho una
vez…
Me faltaba
distancia en esos años, me sobraba vacío. Me ayudó a superar ese minitrauma del
ex militante Javi Tébar, que me hizo una entrevista para sus Biografías
sindicales, en la cual (fueron tres sesiones, espaciadas) liberé muchos
demonios por dentro, sin darles voz ni voto para fuera.
Tres
Otro poeta, Antonio
Machado, dejó escrito: Todo pasa y todo
queda, / pero lo nuestro es pasar.
Les recomiendo la
lectura de los Diarios de Trentin. En pocos meses saldrá a la luz una selección
de sus anotaciones, en castellano. Sirven para muchas cosas. Una de ellas, no
la más importante, es para saber qué siente una persona que está al mando frente
a las dificultades incontables, cuando esa persona es consciente y responsable
ante sí misma y ante los demás.