Ha bastado la
publicación de un sondeo desfavorable para que ERC, amenazada su primogenitura
por la “llista del president”, haya vuelto a patrocinar la idea cupaire de la
unilateralidad como solución mágica al conflicto con el Estado. Es decir:
puesto que el Estado central ejerce de obstáculo insuperable al libre vuelo de
nuestras ilusiones, el remedio consiste en eliminar la incógnita Estado central
en la formulación de nuestras ecuaciones de tercer grado. Todo aparece entonces
más claro y despejado. Si prescindimos del suelo en el que nos apoyamos, nos
queda siempre la magnífica opción de levitar.
Por lo menos en el
momento mágico de la campaña, cuando prevalece sobre todos los cálculos de
probabilidades la búsqueda apasionada del sí de las audiencias, de la decisión
de los indecisos. En una palabra, el todo o nada en la ruleta del voto, el embolica que fa fort en lugar de la perspectiva
a largo plazo que solía ser la seña de identidad de la vieja política.
La devolución a
Sijena del tesoro artístico que en justicia le correspondía se ha convertido en
un nuevo motivo para cargar las escopetas. No debería ser así. Con más de mil (o
dos mil, si Évole me lo preguntara mucho me temo que no daría con la respuesta
correcta) empresas fugadas de Cataluña y un president legítimo enrocado en
Bruselas, poca trascendencia puede tener la pérdida de cuarenta y tres piezas
sacras que claramente procedían de allí, como la Dama debería volver a Elche y
los frisos del Partenón a Atenas. La señora Santamaría ha perdido una ocasión,
una más, de separar didácticamente las dos cuestiones para no enconar heridas
abiertas, pero esa es otra cuestión. Una de tantas cosas que hemos perdido,
entonces, son los sepulcros de Sijena. Sea por el 155 o por lo que sea.
Sea por lo que sea
también, Cataluña ha perdido su condición de capdavantera, de avanzadilla de una España posible, con una
impronta de seriedad en el cumplimiento de los compromisos exteriores y un
espíritu solidario hacia dentro y hacia fuera, convenientemente distanciado de
esa práctica habitual y espantosa de “españolear”. Hoy Cataluña está
sensiblemente más lejos de la dinámica europea que la media española; y tanto sus
activos económicos (incluida entre ellos en un lugar destacado la fuerza de
trabajo) como sus expectativas de recuperación a corto plazo aparecen muy
deteriorados.
No parece que esa
realidad se perciba con objetividad, si seguimos los vericuetos de la campaña
electoral tal y como se está desarrollando. La gente prefiere seguir creyendo
que somos la hostia, y la mayoría de las fuerzas políticas ha elegido levitar.
Una forma peculiar
de levitar es la que está practicando Catalunya en Comú. Lo digo con pena, son
los “míos”, lo han sido siempre. No alcanzo a ver la lógica de un recurso sobre
la constitucionalidad de la forma de aplicación del 155. Cualquier forma de
aplicación del 155 era mala, el prurito legalista resulta trasnochado en el
contexto, no va a tener ningún efecto y no va a atraer ningún voto. Tampoco la
extemporánea declaración de Colau en Sálvame de Luxe sobre una ex novia
italiana. El recinto de la intimidad debe quedar en cualquier caso al margen de
la contienda política, plantear la bisexualidad como anzuelo para pedir el voto
es caer por los mismos despeñaderos que el candidato de la derecha del morro
fuerte, que expresa con alharacas su emoción por haber saludado en persona a
los guardias civiles acantonados en Pineda de Mar.