Disculpen que hoy
me ponga trascendente. La noticia del día es que en Talamanca del Jarama
(Madrid) han descubierto una muralla con siete torres, del siglo XIII, en
magnífico estado de conservación. Incrustadas en ella hay incluso bellas piedras
labradas por los visigodos. En la misma población eran conocidas ya una muralla
anterior, levantada por los moros, y una colegiata posterior, plantada por las
buenas encima del muro ahora descubierto y desenterrado.
La historia está
llena de estas recuperaciones inesperadas. En Ullestret (Girona) se conocía y
se visitaba un poblado ibérico muy nombrado, y en estas que se ha encontrado
otro mucho mayor, una urbe propiamente dicha, apenas a doscientos metros de
distancia, donde los payeses del entorno siempre habían sabido que existía "algo" enterrado.
Talamanca tuvo al
parecer en las edades oscuras una importancia muy superior a la de Madrid. Da
la sensación de que alguien haya cambiado a posteriori el curso de la historia, pero la importancia relativa de dos poblaciones no es un dato inmutable a través de
los siglos. La historia es mentirosa: elige su propia
sustancia, establece parámetros de conveniencia, y nunca actúa al azar, siempre procura imprimir al acontecer un
sentido "político", concluso y petrificado.
La historia no
tiene en realidad ningún sentido particular; las cosas pasan, sencillamente. Un día se
levanta en una población importante de la frontera un muro con siete torres (aún es posible
que se descubran más); otro día, en esa misma población ya no fronteriza y sí decaída, el muro se
entierra para servir de cimiento a una colegiata.
Alguna sustancia
nuestra, de lo que somos ahora mismo, sigue enterrada aún, quién sabe dónde,
olvidada, y un día indefinido volverá tal vez a emerger para sorpresa de otra
generación indefinida, que se apresurará a rectificar en función de los nuevos
datos el trazado rectilíneo de una historia imaginada en cada momento como el vuelo de una
flecha que, surgida de las tinieblas del tiempo pretérito, viene certera a
clavarse en el corazón mismo de la actualidad estricta, para adornar esta con
una perspectiva ficticia.
El embeleco
consiste en la importancia absoluta que se da al presente. La idea subyacente es
que el presente efímero es el faro desde el que es posible atalayar y dar
sentido a todo lo que ha ocurrido antes, porque todo, absolutamente todo, ha
ocurrido en función de “este” presente preciso (que sin embargo está sujeto a
variaciones imprevisibles, incluso a debacles repentinas). Es lo que llaman
ahora el “relato”, nada que ver con el núcleo duro de la vida de las
sociedades, con la tozudez estólida de unos hechos que simplemente ocurren, impermeables
a toda interpretación interesada.