La Real Academia
Española ha decidido mantener en su diccionario la locución “sexo débil”, referida
al género femenino, del que también se predica en nuestra lengua que se trata
del “bello sexo”. Como muestra de buena voluntad, sin embargo, los académicos
han añadido en epígrafe que “sexo débil” se emplea en la lengua del imperio con
un sentido “despectivo”.
Se han equivocado
en las dos cosas.
Lo digo en tono
laico y constructivo. No pretendo iniciar una guerra con la Docta por esta
cuestión pueril. Soy respetuoso con la autoridad constituida, y la Academia lo
es. Sin embargo, entiendo:
1) Que la expresión
“sexo débil” no debe quedar constreñida a un significado unívoco. Puesto que
tanto el sintagma nominal “sexo” como el calificativo “débil” están plenamente
reconocidos, nada en la estructura de la lengua impide que se asocien
libremente. No habría objeción, por ejemplo, a sustituir la expresión,
ciertamente vulgar pero no despectiva, “me la trae floja”, por la siguiente
alternativa, más elegante e igualmente ilustrativa: “me pone el sexo débil”.
2) Caracterizar al
heterogéneo colectivo de las mujeres de “sexo débil” como resumen último de su
esencia ha quedado ya más anticuado que el canalillo o que los tiempos de Maricastaña.
En 1946 el dramaturgo Enrique Jardiel Poncela estrenó una “tragicomedia”
titulada «El sexo débil ha hecho gimnasia». No produjo escándalo su propuesta,
antes bien, obtuvo un Premio Nacional. Eso ocurrió bajo el régimen franquista,
si no mienten las fechas, y en los momentos más profundos del oscurantismo eclesiástico.
La Docta debería tomar nota de que nos está ofreciendo una mercancía averiada
desde larguísimo tiempo ha.
3) Gustavo Adolfo
Bécquer, gran poeta pero no libre de algún arrebato de cursilería, se refirió a
su amada con la expresión “cendal flotante de leve bruma”, además de otras que
omito en beneficio de la brevedad. Cada cual es libre de opinar lo que quiera
de ese verso, pero me parecería temerario sostener que se trata de un epíteto “despectivo”.
No. Las peras son peras, las manzanas son manzanas, y la mezcla de churras con
merinas sigue siendo una operación fundamentalmente errónea.
4) Quiero ofrecer a
las nuevas generaciones, que en estos asuntos están más bien poco impuestas, la
significativa letra de un cuplé. Quizá debería empezar por explicar lo que es
un cuplé. En mi alborotada adolescencia la reina en estos menesteres era Sarita
Montiel, que obtuvo éxitos cinematográficos señalados a las órdenes de Juan de
Orduña; pero lo que cantaba la diva venía de muchos quinquenios atrás.
En la composición
de la que hablo, una mujer relata la impresión profunda que ha causado en su ánimo
el requiebro dicho al pasar por un caballero. Decía el tal (cito de memoria): “Vida,
si usted me quisiera, igual que en la gloria tal vez yo estuviera.” Palabras
que provocaron en el interior de la requebrada un trastorno difícil de
explicar: “sin darme yo cuenta ya estaba colada”.
Difícil de
explicar, he dicho. Ella, no obstante, lo explica con una proposición
axiomática, es decir que se ofrece sin necesidad de demostración, al contrario de
los teoremas, que sí precisan ser demostrados. Dice: “Mas qué iba yo a hacer,
si se chala fácilmente la mujer.”
Me he entretenido
en citar esta antigualla para sostener la moción de que “sexo débil” no tiene
necesariamente una connotación despectiva. La cupletista de la canción está
orgullosa de sí misma, o por lo menos resignada a su debilidad. No hay en ella
un átomo de autodesprecio.
Sería
desproporcionado exigir una rectificación en toda regla a la Academia por su
falta de acierto al lanzar “el dardo en la palabra” como hacía con enorme
habilidad el llorado Fernando Lázaro Carreter. Me limito a proponer una enmienda transaccional. Ya
que se mantiene “sexo débil” referido a la condición femenina, podría añadirse “mente
débil” con referencia a la del machista.