martes, 19 de diciembre de 2017

REFLEXIÓN A DESHORA


Inevitable volver la vista a Catalunya desde Atenas, el domingo por la mañana, en el paseo de Dionisiou Areopagitou, frente a la embajada de España, adonde toda la familia acompañamos a votar a mi hija. Sé lo que votó pero no voy a decirlo; tiene el mismo derecho que cualquiera al secreto del voto.
El paseo de Dionisiou Areopagitou era hace años una vía rápida en la metrópolis ateniense. Fue Melina Mercouri, en su etapa de ministra del PASOK, quien lo cerró al tráfico rodado, lo adecentó y lo convirtió en el lugar excepcional que es ahora. Arranca el paseo de la puerta de Adriano, que daba acceso al templo de Zeus Olímpico (algunas de sus gigantescas columnas se mantienen aun hoy en pie), y asciende bordeando la colina de la Acrópolis por el costado del Odeón de Herodes Ático, hasta Pnyx, el lugar elevado donde se reunía el Areópago y donde se celebraban las asambleas cívicas. Al oeste de Pnyx, frente a la Acrópolis, se alza la colina de Filopapo, un observatorio privilegiado de todo el conjunto de la ciudad de Atenas, desde los montes Himeto y Licabeto por el oeste, hasta el monte Egaleo, en cuya cima asentó sus reales Jerjes para presenciar la batalla naval de Salamina.
En Pnyx predicó el apóstol Pablo, y según la tradición convirtió al cristianismo a una multitud de atenienses. Dionisio el Areopagita fue un discípulo de Pablo y llegó a obispo de Atenas. Nunca formó parte del Areópago, debe su epíteto solo a que vivió en esta zona de la ciudad. El paseo se divide equitativamente entre los dos figurones piadosos: la porción que asciende desde la puerta de Adriano está dedicada a Dionisio, y lleva el nombre del Apostolou Pavlou la que desciende desde Pnyx hasta el enclave del ágora antigua, limitada de un lado por el templo de Teseo, el Teseion, y del otro por el pórtico restaurado de Átalo.
Es el mejor paseo posible en Atenas, una ciudad por lo demás muy desastrada; y pocos habrá en el mundo que puedan rivalizar con él en la estética y en la memoria histórica. Transcurre entre bosques de pinos y olivos silvestres, con sotobosque de laureles y romeros. En la parte alta, a ambos lados del paseo adoquinado el suelo está tachonado de mármoles, mosaicos, columnas rotas, cuevas que fueron viviendas. Despunta en la altura el frontón occidental del Partenón y la parte superior de sus columnas dóricas, por encima del conglomerado de los Propíleos. En la parte baja del paseo, del lado del ágora antigua y de la plaza de Monastiraki, proliferan los puestos de souvenirs y otras ventas callejeras, y tienden a ocupar todo el espacio disponible las terrazas de innumerables bares y restaurantes populares que ofrecen a la clientela, ya que no manjares refinados, sí unas vistas incomparables.
Inevitable desde aquí volver la vista a Catalunya, decía al principio. Es muy verosímil que las elecciones del jueves sean un paso más en la cristalización de una fractura social que tiende rápidamente a hacerse irreversible. Se atisban aún remedios posibles, pero no hay mayorías claras, ni en el pequeño país ni en la grande España, dispuestas a aplicarlos. Un bucle melancólico nos empuja a repetir a muchos siglos de distancia las guerras del Peloponeso.
En el paseo placentero e instructivo entre Dionisiou Areopagitou y Apostolou Pavlou es posible ver con una transparencia excepcional tres realidades superpuestas: Lo que fue Atenas. Lo que ya no es. Lo que pudo haber sido.
No hay comparación posible con Catalunya, ya lo sé. Esta es una reflexión hecha a deshora.