Los datos del
empleo en el mes de noviembre no abonan la afirmación invariable de que estamos
“en el buen camino”, que nos formula diariamente desde el plasma, con una sonrisa
cada vez más acartonada, la extraña pareja constituida por Mariano y Fátima, de
profesión vendedores de crecepelo milagroso en las ferias patronales de los
pueblos “más bonitos de España” según la vomitiva propaganda de las oficinas de
turismo interior. Todos los parámetros empeoran, y no es ya exagerado hablar de
expulsión de las mujeres del mercado de trabajo. Ellas monopolizan en la
práctica el grupo de “nuevos parados”, con el 96% del total; una violencia de
género más, acumulable a otras situaciones paradigmáticas en los tribunales, en
donde se evalúa si cerraron o no con fuerza suficiente las piernas al ser
violadas, y si merecen o no (mayoritariamente resulta ser que no) protección ante las amenazas de muerte de sus
maridos, sus ex maridos, sus ex compañeros o sus ex pretendientes.
Que sí existe una alternativa
a ese deterioro del empleo y de la economía viene a demostrarlo la eficiencia
callada de Portugal, un país del Sur que no es ninguna potencia industrial de
gran magnitud, pero que ha rechazado la lógica de la austeridad y prospera discretamente
bajo la dirección de un gobierno de izquierda plural. Ahora su ministro de
Finanzas, Mário Centeno, ha convencido al Eurogrupo de la necesidad de una
Europa más fuerte y más unida, con un euro consolidado y una política global
más decidida, y ha sido elegido en votación secreta presidente de la institución
europea, sucediendo en el cargo al “pícaro puritano” holandés Jeroen
Dijsselbloem, de ingrata memoria.
Los portugueses
están haciendo las cosas bien. Ellos están en el buen camino, no nosotros los
españoles. Algo tan sencillo de constatar se está haciendo desaparecer detrás
de las banderas en las que se envuelven nuestros dirigentes: Milagros Pérez
Oliva ha desarrollado con trazos certeros la idea en una tribuna de elpais
titulada «Lo que las banderas ocultan» (1).
Conviene detenerse
un poco más en la noticia de una Europa que empieza a sacudirse la austeridad;
que empieza a entender, en contra de los empujones maleducados que llegan desde
el otro lado del Atlántico y desde la otra orilla del Canal de la Mancha, que la prosperidad común no es la de los
accionistas sino la de los trabajadores; no la de los shareholders sino la de los stakeholders,
para expresarlo con la jerga económica al uso en las escuelas
empresariales.
Donald Trump y Theresa
May son dos botones de muestra que indican con claridad adónde lleva el “buen
camino” que se nos predica desde las tribunas de los consejos de administración
del statu quo económico. Este es un tema también a considerar en comicios
próximos, alguno de ellos inminente; pero no es tema que se airee de forma
habitual en las campañas. Se prefiere ocultarlo debajo de las banderas.