jueves, 7 de diciembre de 2017

TEOLOGÍA DE LA CONSTITUCIÓN


Se lo oí decir a Manuela Carmena y Ada Colau en un acto al aire libre, en Barcelona, el año pasado: «Nosotras no somos antisistema, es que queremos un sistema mejor.»
La constitución es un elemento esencial de cualquier sistema, de cualquier estado de derecho. Conviene aclarar entonces que quienes abogamos por cambiar la que rige en este momento en este estado de derecho no estamos en contra de la constitución como elemento vertebrador de la vida de las personas. No somos filibusteros. No estamos en contra de todas las constituciones posibles. Es solo que queremos una más adecuada a nuestra circunstancia.
Hay que distinguir, entonces, entre quienes somos constitucionalistas en el sentido de desear la mejor constitución posible ahora, la que se adapte con más coherencia a nuestras vivencias y a nuestras necesidades actuales; y quienes son constitucionalistas en el sentido de defender “la” constitución existente, y ninguna otra, y no admiten en ningún caso la posibilidad de cambios ni mejoras de ninguna clase.
Estos últimos, y el primero de la larga lista es don Mariano Rajoy, ventajista de profesión y escamón por naturaleza, elaboran para sus fines una teología de la constitución intocable e intangible, en lo más alto del cielo, reinando indiscutida sobre una tierra de hombres de buena voluntad.
Se equivocan. Algunos de buena fe, porque son creyentes sinceros en la servidumbre voluntaria; otros de mala fe, porque les conviene, porque les viene bien aplicar sanciones constitucionales a quienes se niegan a entrar por las buenas en el redil, mientras que ellos mismos quebrantan siete veces siete al día la misma constitución que homenajean.
No son las personas las que deben adaptarse a la constitución, sino la constitución la que debe adaptarse a las personas. Nuestra relación con la constitución es laica, nosotros/as la instauramos y nosotros/as, también, la cambiamos cuando deja de ser útil al común. No es la constitución la que otorga derechos a la ciudadanía; la constitución los reconoce. Se limita a consagrar como normal lo que a nivel de calle es simplemente normal.
Y cuando a una constitución concreta le ocurre lo que a todas las cosas perecederas, que su funcionamiento deja de ser adecuado, no debe ser ningún trauma cambiarla, igual que hacemos con una tostadora de pan fundida o con una nevera que ha dejado de enfriar. No se le ocurre a nadie entronizar la nevera sobre un zócalo de bronces y asegurar que nunca jamás cambiará de nevera, o esta o ninguna, la ama.
Si Mariano Rajoy no está dispuesto a cambiar pacíficamente una constitución que pierde aceite desde hace años, Mariano Rajoy pasa a ser el problema. Urge cambiarlo a él primero, y la constitución después.
Sin dramas. Sin teologías.