He aquí una
reflexión para la jornada de reflexión: «Si no esperas lo inesperado, no lo
reconocerás cuando llegue, porque es misterioso e indescifrable.»
El pensamiento es de
Heráclito. No estoy leyendo a Heráclito, sin embargo, de modo que habremos de
convenir en que dicho pensamiento se me ha aparecido de forma inesperada. Yo
estaba leyendo un libro de Paul Auster: “4321”.
Se trata de un libro que parte de unas premisas sustancialmente erróneas,
una ficción tramposa en su planteamiento, pero que alberga muchas cosas verdaderas
y útiles en su abultado interior (957 páginas).
La frase de
Heráclito es citada por Auster de pasada, sin insistir en ella, sin extenderse en
ningún comentario ni digresión. Ferguson la lee, a Ferguson le gusta, Ferguson
la anota. Punto y a otra cosa.
No se excluye, sin
embargo, que esa cita colada como de refilón sea una de las pilastras
estructurales de la novela. Seguramente lo es. La lección subsecuente, que
puede ser aceptada o no por el lector (y por el protagonista) es que aquello
que no esperábamos moldea nuestra vida en la misma medida que lo esperado. Lo
ilógico, lo extemporáneo, lo absurdo, lo contradictorio, tienen en la vida de las
personas tanto peso específico como lo esperable, lo lógico, lo asumido, lo
racionalizado.
Si buceamos un poco
más en la sustancia, hay una contradicción interna plantada en mitad de ese
pensamiento en torno a la categoría de lo inesperado. Al leerla, nos vemos
obligados a negociar con ella, y la asumimos en todo caso solo después de
alguna resistencia y de varias concesiones parciales. Porque de entrada, se
trata de una idea que no encaja de ninguna manera en nuestros esquemas mentales.
Es decir: supuesto
que aprendamos (¿cómo?) a esperar lo inesperado, lo que habremos hecho es anularlo.
Lo inesperado ya no será inesperado, desde el momento en que sí lo esperábamos
(como una probabilidad menor, o más remota).
Pero aun entonces, dice
Heráclito, esa adecuación previa a lo imprevisible nos será de poco provecho, en
la medida en que lo inesperado tiene el doble carácter de “misterioso e
indescifrable”. Lo único que queda a nuestro alcance, en el mejor de los casos
(es decir, si hemos educado convenientemente nuestra mente para esperar la
aparición de lo inesperado) es la posibilidad de reconocerlo como tal.
Como tal: es decir,
como misterioso e indescifrable. Preverlo no nos habrá ayudado a descifrarlo, y
menos aún a programarlo adecuadamente en el conjunto de nuestras expectativas y
nuestros proyectos.
La frase de
Heráclito es profunda; y la estructura novelística de Auster más o menos basada
en ella es en cualquier caso digna de atención. También es posible, sin
embargo, banalizar la misma idea hasta extremos ridículos. Lo ha hecho Marta
Rovira, en una entrevista en “Público”, al señalar que nunca imaginaron que el
Estado central estaría “dispuesto a todo” para parar el procés, lo cual les ha
obligado a una reconsideración global del tema.
La posición del
Estado central no era de hecho, en ningún caso, inesperada, y vino precedida
además por varias advertencias. Tampoco era imprevisible la postura adoptada
por la Unión Europea, las Naciones Unidas, el Tribunal de La Haya, el
Ministerio belga del Interior y otras instancias e instituciones
internacionales, que han rechazado de forma explícita la legitimidad
democrática de la operación emprendida por los animosos “indepes”. Cuando pone
esa excusa para justificar un cambio de estrategia, que ahora, al humo de las velas, cifra por primera vez en la necesidad de “ampliar
los consensos”, Rovira acaba de arruinar el escasísimo crédito que merecía como
figura política.