El escenario no ha
cambiado en sustancia, desde el 2015 ni desde el 155. Catalunya sigue en crudo,
no se ablanda ni se macera.
Los resultados
electorales han traído algunas novedades, pero son menores: ERC no ha
conseguido el sorpasso; el PP ha dejado
de ser una opción para el votante; C,s se beneficia del desparpajo y la pasión puesta
en el lance por su líder, muy preferible en todo a Rivera; y la “nueva política”
se presentó a la liza con tanta timidez que ha conseguido un resultado tímido
también. Iceta ha estado en sus votos, y la CUP lo mismo.
Siguen vigentes las
mismas coordenadas de 2015 para el independentismo: un poco más del 50% en
escaños, un poco menos del 50% en votos. Lo justo para gobernar, insuficiente sin
embargo para pasar la página. Tanta posverdad de un lado y de otro han tenido
el efecto de anularse recíprocamente. La partida de ajedrez por la
independencia ha concluido en tablas. Veremos si sigue el “procesismo”, o cómo
negocian los indepes esta nueva ocasión que se les concede.
Ocasión en
precario, porque los presos siguen presos, y los huidos, huidos. Hay serias
posibilidades de que el 155 se perpetúe. La política seguirá probablemente
judicializada. No emergerá del estado central ningún plan de encaje de las autonomías
ni de reforma de la constitución. Seguirá la parálisis, porque Eme Punto no
tiene capacidad ni imaginación para otra cosa.
No solo eran
ficticios los brotes verdes, también lo han sido las mayorías silenciosas.
Mariano está solo en medio de un campo de urnas, meditando sobre la magnitud de
la debacle. Otra persona, en otra época y seguramente también en otro país, convocaría
elecciones generales y dimitiría de forma irrevocable después de un descalabro
así (tres escaños sobre 135, en uno de los territorios cruciales para la
gobernabilidad del Estado). Es improbable que Mariano lo haga. Apretará los
nudos del 155 y arengará a sus jueces. Solo lo echaremos del lugar que ocupa a
patada limpia (metafórica).
La izquierda ha salido
malparada también. El candidato más desinhibido, Miquel Iceta, ha alcanzado sus
límites naturales; el otro candidato, Xavier Doménech, aupado por los buenos
resultados de su formación en las últimas generales, ni se ha explicado bien ni
ha querido correr ningún riesgo. De hecho, se ha planteado a sí mismo como
bisagra para conciliar los puntos de vista de dos posiciones inconciliables. Como
el centro geométrico de la figura electoral.
Pero las bisagras y
los contrapesos son mecanismos que tienen utilidad en algunas circunstancias, y
no en otras; y el centro geométrico no es nada, nunca, si no es además un centro
de gravedad, con un peso específico y una capacidad de atracción propia. Perder tres escaños sobre los ya
escasos once que se tenían es un fracaso sonado en un momento crucial para las
expectativas de una formación plural que nació con ambiciones pero las va
dejando por el camino como pierde sus pétalos la margarita que se deshoja.