Eulàlia Reguant, ex
diputada al Parlament de Cataluña por la Candidatura de Unidad Popular (CUP), y
Natalia Sánchez, cabeza de lista de la misma formación por Girona, han pedido a
Esquerra Republicana de Catalunya, en un acto de campaña celebrado en Blanes,
que renuncie al “diálogo de sordos” con un Congreso de amplia mayoría conservadora,
y una monarquía y un poder judicial decididos a negar la libre expresión del
pueblo catalán. ¿Cuántos años se han perdido ya en ese diálogo de sordos?, se
ha preguntado retóricamente a sí misma la impetuosa Reguant.
El remedio, dicen
las dos activistas, que no saben cómo no se da cuenta Esquerra, es la vía unilateral
iniciada con la efemérides del pasado 1-O. “Nadie podrá borrar de la memoria
aquel día”, dice Sánchez, y es difícil no darle la razón. Pero ella misma, a lo
que parece, lo ha olvidado por completo, o lo ha transformado en otro relato de
un contenido abiertamente distinto.
“Si no lo hacemos
nosotros mismos, nadie lo va a hacer”, ha apostillado Reguant. Pero no queda
claro si ese “nosotros mismos” se refiere al conjunto de la ciudadanía (la CUP
evita en general ese término, prefiere encomendarse al “pueblo”, y en palabras
de Sánchez al “pueblo digno”, lo que excluye a una considerable cantidad de
personas que, no obstante, en cualquier definición democrática, tienen los
mismos derechos de expresión y de decisión que las dos abnegadas militantes.)
Es entonces a una vanguardia
minoritaria pero aguerrida a quien se adjudica la misión de salvar a Cataluña
de la opresión de ser gobernada por los mismos que la gobiernan desde la unión
política decidida hace unos seis siglos por los reyes llamados católicos, sin
hablar de las fuerzas sociales que lo hacían desde varios siglos antes a través
de un rey de Aragón soberano y unas corts catalano
aragonesas formadas por varones representantes de los tres estamentos de la
iglesia, la nobleza y el pueblo no tan llano.
La idea de recuperar
la autodeterminación por la vía unilateral, solo significa más de lo mismo respecto de lo ya vivido. Estaríamos
frente a un nuevo 1-O, esa jornada que nadie nos borrará ya de la memoria, y frente
a sus mismas repercusiones más o menos mediatas sobre la economía y la riqueza
del país, respecto de las cuales las activistas de la CUP se esfuerzan con
denuedo en pasar la esponja para que las olviden a toda costa quienes las
sufren.
Una estrategia, en
suma, concebida desde el maximalismo y para la vanguardia, sin tener en cuenta
las prioridades y las necesidades de los más. Los éxitos que puedan conseguirse
con una gimnasia revolucionaria de ese tipo, si algún éxito se alcanza, no
serán duraderos. Tienen en contra todo el peso muerto de las cosas tal como
son, y las aristas incómodas de una realidad particularmente tozuda.
La idea de no
pactar con el enemigo es bella en sí misma, pero cuando los pactos se hacen
necesarios para impedir la degradación acelerada de las situaciones, ¿con quién
se ha de pactar, si no es con el enemigo?