domingo, 17 de diciembre de 2017

VOTAR A BULTO


Anota José Luis López Bulla en su bitácora una novedad que cree percibir en la emisión del voto (1), a saber: antes uno votaba al partido con el que coincidía; ahora, vota al partido que resulta coincidir con él.
Cierto y sintomático. Hay además muchos modos de decirlo, y muchas facetas en la constatación del fenómeno.
Por ejemplo: antes el voto era estructural, y ahora es coyuntural.
Antes el voto se concebía como un compromiso a largo plazo, y ahora es algo válido solo para el corto e incluso cortísimo plazo.
Antes el voto era un hecho situado en la esfera de la religión, y ahora es laico.
Antes el voto estaba vinculado a un proyecto, y ahora a una coincidencia.
Antes el voto era a favor de algo, y ahora se vota más bien en contra.
Todo lo cual es fácilmente constatable, siempre que no se olvide otra constatación paralela: la permanencia genérica de una fidelidad de voto muy considerable, para tantos por ciento elevados del electorado.
Con esta salvedad, es cierto que la “marca” arrastra bastante menos que en los tiempos dorados del bipartidismo, y que entran en juego matices particulares que antes no contaban apenas: las fobias y filias, los recovecos inesperados, los votos de castigo a este/esta o aquel/aquella cabeza de lista.
Alguna relación tiene también el fenómeno con la insoportable levedad que ha adquirido el acto mismo de votar. En este sentido se han roto viejos tabúes. La necesidad de repetición de las últimas (penúltimas) elecciones generales rompió de pronto y quizá para siempre con una disciplina mental arraigada. Ahora detrás de un resultado electoral imposible de gestionar sabemos ya que no viene el caos ni el vacío absoluto, sino todo lo más un vacío relativo de poder que puede resultar incluso cómodo. Lo cual viene a significar que la vieja pamema del "voto útil" está ya para el desguace. La rectificación forzada del PSOE a la negativa inicial a un voto de investidura para el "Joker" Eme Punto Rajoy ha sido uno de los episodios más penosos y criticados de la etapa reciente: todos llegamos a la conclusión de que estábamos mucho mejor antes de la encerrona de Ferraz. Y el voto masivo al defenestrado Pedro Sánchez en las siguientes primarias vino a demostrarlo.
De modo que a nadie le agobia la premonición de que los resultados del próximo 21D van a ser inmanejables. Siempre habrá una nueva ronda en la perspectiva electoral, como ocurre con los cafelitos en la sobremesa del bar.
Añádase que también se ha roto el tabú del 155. Antes era algo pavoroso e innombrable, ahora nos resulta sencillamente soportable salvo alguna ligera incomodidad. Quienes lo apuestan todo al envite de derrotar el 155 pueden verse defraudados; tampoco echamos los catalanes tanto de menos a los patriotas encarcelados o exiliados, no es tan urgente sacarlos de la trena ni se está tan mal con Puigdemont a una distancia prudente del Palau de la Generalitat.
La vida política se ha desacralizado. Una de las razones – la apunta José Luis en su post – es la ausencia de proyectos dignos de ese nombre. No se elaboran proyectos coherentes, sino programas de mano con listados de medidas dispuestos a modo de un ramillete floral de adorno. Lo diré más claro por si no se me ha entendido bien: programas-florero, concebidos para hacer bonito y no para ser llevados a la práctica.
Y luego están las retrancas personales y particulares, que en ocasiones alcanzan una dimensión colectiva importante. Pondré un ejemplo que pertenece a una esfera diferente, pero no tanto, de la política: la del fúrbol.
En el programa televisivo Estudio Estadio propusieron a la audiencia un sondeo tan cándidamente dirigido, que tuvo el efecto contrario. Se preguntó qué equipo deseaban los telespectadores que ganara el Mundialito. El Real Madrid quedó tercero en la votación, bastante por detrás del Gremio de Porto Alegre y del Jazira. Al llegarse a la final, el programa volvió a preguntar, “ahora en serio”, apostillaron, quién deseaban que ganara el partido: el 81% de los votos fueron para el Gremio.