Vista nocturna del Foro romano, en Atenas. En primer
plano, la Torre de los Vientos. Al fondo, la Acrópolis iluminada.
El sutil humorista
Eme Punto Rajoy nos ha deseado un feliz 2016 en su último discurso del presente
año. Carles Puigdemont, si cabe más fan que Rajoy de la nostalgia y de las
ilusiones perdidas, se ha remontado todavía más lejos en el túnel de tiempo y nos
ha endilgado un mensaje institucional televisado repleto de clichés gastados sobre
la Cataluña que nunca existió. Con lo que se demuestra, y no por primera vez,
que este hombre está más en su salsa dentro del Show Business que en la política nuestra de cada día.
Y mejor,
indudablemente, en Bruselas que en el Palau de plaza de San Jaime.
Ha hecho alusión el
único president legítimo de las
ruinas de una autonomía, a las personas que aún siguen “encarceladas por sus ideas”.
A ver si nos aclaramos. En todo caso, han sido encarceladas por la brillante
idea de proclamar una independencia unilateral pasándose por la cruz de los
pantalones las leyes, la jurisprudencia y la doctrina internacional consolidada
en torno a tales procesos.
Lo más peculiar, divertido
si así se quiere, es que nuestros cargos electos han hecho lo que han hecho como
sin hacerlo, mirando insistentemente a otro lado como sucedía en tiempos con las
asistencias inverosímiles que enviaba Laudrup a la remanguillé a sus compañeros
del Barça desmarcados. Se han comportado así porque han creído ver una ventana
de oportunidad en el largo sopor invernal del Marianosaurio, que según los
indicios sigue convencido de que estamos aún en 2015.
Pero no se trata de
la idea, sino del hecho en sí. El randa pillado con las manos en la masa no
puede alegar que está en chirona por sus ideas, a saber, por la idea concreta
de que el señor del metro estaba más distraído de lo que en realidad estaba. No
es esa idea errónea lo que se castiga, sino el asalto al billetero ajeno.
Nuestros próceres
metamorfoseados en saltataulells, que
han abonado el camino hacia las declaraciones unilaterales de independencia, se
sienten inocentes de toda responsabilidad jurídica y moral por los actos
perpetrados mientras simulaban estar en otra cosa. La visión de los destrozos
no les conmueve. Puigdemont reclama ahora del Estado opresor «reparación por el
daño causado». Él mismo no se considera culpable de nada de lo ocurrido, y por
lo visto tiene intención de seguir en las mismas.
Mejor mantenerlo
lejos. Aunque la cuenta del hotel desconocido en el que se aloja después de
cambiar tres veces de coche en los túneles del camino, para confundir su
rastro, recaiga también en el bolsillo de los contribuyentes.