Un dicho de por
aquí afirma que cualquier sucedáneo barato sirve para lo mismo que el champaña,
con tal que haga ruido y espumee (“peti i
faci bromera”, en autóctono). La expresión se ajusta maravillosamente a la
legitimación de Puigdemont, la candidatura de Jordi Sánchez, el aval del 1-O y
la ratificación, soslayada finalmente en el pleno pero aceptada por la Mesa y guardada
en la recámara, de la DUI (declaración unilateral de independencia); todo ello propuesto
desde las filas independentistas como los entrantes del menú de la reapertura
del Parlament catalán. Puestas así las cosas, el desafío va decantándose hacia
la cuestión de si se cansará primero el Gobierno central de jugar al 155 o la milicia
procesista de torrar els collons con
sus vaivenes continuados entre el “todo fue simbólico” y el “ara va de bó”.
Yo diría que el
Gobierno central está infinitamente cómodo en su posición, pero puede que me
equivoque. Y diría también que los fuegos artificiales parlamentarios tienen
una atracción más bien escasa a los ojos de un público virado con brusquedad
excesiva desde las certezas sagradas hacia la inquietud acuciante por el
futuro. Por el futuro de las pensiones, por ejemplo. Por el futuro de los
ahorros, de las empresas familiares, de los puestos de trabajo. Incluso del
Mobile World Congress.
Puede que me
equivoque también en esto, no lo excluyo. Percibo en la ciudadanía que me rodea
un gran sentido de la dignidad a toda costa en este trance (sobre todo, no
hacer el ridículo), pero también una gran angustia en lo referente a cómo
acabará tot plegat.
Un sistema político
tan intrínsecamente pervertido ya ha expulsado de su seno a excelentes adalides
de la política a la vieja usanza, como Joan Coscubiela, despedido por Jordi
Tururull con la recomendación de que ingrese en la FAES. Curiosamente, un pijo neoliberal
como Tururull está convencido de situarse a la izquierda de un sindicalero como
Coscubiela en la actual tesitura. Son espejismos de una situación que de tan
paradójica acaba por resultar ridícula. Pasado mañana Jordi y sus congéneres
declararán bajo juramento ante los tribunales que todo lo han hecho para
echarse unas risas; y la semana siguiente, de vuelta al Parlament, se
reafirmarán tal vez en que la DUI fue en serio, para que la diversión no acabe
tan pronto.
No hay cuidado, hay
diversión para rato, estamos en el día catalán de la marmota.