sábado, 13 de febrero de 2021

EL AMOR DE LOS ANIMALES

 


Haku en el terrado de casa, 11.2.2021

 

Mi jornada de reflexión empezó anoche, a una hora avanzada. Archivé fotografías y releí notas de lectura antiguas. Algo cuadró de pronto.

Había leído en Grecia un e-libro de Milena Busquets, “También esto pasará”, en torno a la muerte de su madre (Ester Tusquets) y a las vivencias relacionadas con los procesos ineludibles de acabamiento de las personas. Un libro bien escrito, sincero, demasiado cerrado en sí mismo sin embargo: los amores de paso, los hijos, los afectos y los recuerdos.

Casi al desgaire, había anotado en mi cuaderno una cita. Es la siguiente: «Cualquiera que haya tenido un perro sabe que son los perros los que nos eligen, no nosotros a ellos. Es un reconocimiento parecido al que se da, a veces, pocas, entre dos personas, mudo, veloz, indiscutible. Pero en los perros dura toda la vida.» Con el siguiente añadido, unas líneas más abajo: «Si te gustan las personas, es imposible que no te gusten los perros.»

Cuando escribí esa cita, tenía muy presente la historia de Sieso, el perro atravesado y desconfiado, pero lleno de afecto a su modo, de “Un amor”, la novela de Sara Mesa. Y mi cuñada Lourdes nos había contado por teléfono que, después de cuatro meses de ausencia, Haku seguía esperándonos todas las tardes a la misma hora, con la misma expectación. Haku es un border collie, una raza de perros pastores escoceses incansables y de una gran inteligencia. La hora en que Haku nos buscaba era aquella en la que, en confinamiento, subíamos al terrado a tomar un poco de sol y de aire, y jugábamos con él a tirarle una y otra vez una pelota de tenis más o menos lejos, para que nos la devolviera.

De vuelta en Barcelona, Haku y también Rita, la petanera de otro hermano de Carmen que reside en la misma escalera, se han esforzado en demostrarnos de todas las formas posibles que se acuerdan siempre de nosotros y que nos quieren, que formamos parte de su mundo, que somos, no diré indispensables (los perros son animales estoicos, nada caprichosos), pero sí decididamente compatibles con el conjunto de vivencias y experiencias que ellos sitúan y ordenan a su alrededor.

No es que sea yo, pirsonalmente di pirsona, el favorito de Haku y de Rita, dejémoslo claro. Yo soy el Suertudo que acompaña por lo común a la Maravilla. La Maravilla es Carmen. Haku quiere a Carmen casi con delirio, las fiestas que le hace son delicadas y exclusivas. Rita se pone a tirar de la correa desde que la ve de lejos en la calle, y no para hasta lametearle la cara si puede, y tumbarse luego patas arriba delante de ella, en posición de entrega absoluta.

Yo en cambio soy solo un sucedáneo para el cariño inabarcable de Rita, y para Haku un compañero estimable de juego. Tengo el tino de lanzarle la pelota ni lejos ni cerca, variando los ángulos, sorprendiéndole de pronto con una pelota rasa al rincón del terrado que da a la fachada en lugar de buscar con una vaselina el fondo, hacia el interior de la manzana. Cuando adivina por dónde va a ir la bola y la intercepta en el aire, vuelve siempre a paso de parada, con un contoneo satisfecho de sí mismo, y coloca la pelota cubierta de babas junto al sillón que ocupo, ni demasiado cerca ni muy lejos, de modo que le dé tiempo a observarme y adivinar por dónde irá el lanzamiento siguiente.

Pocas cosas hay más sinceras, más incondicionales, que el cariño de un perro. Pocas más indignantes que el abuso de ese cariño oceánico o el abandono desaprensivo, por parte de individuos que no tienen ni la mitad de humanidad que un perro.

 


Carmen jugando con Haku y Rita en el terrado (31.5.2020)